viernes, 30 de enero de 2009

El club de las Malas Madres, de Lucía Etxebarría

Yo no soy una buena madre. Y probablemente usted, que me lee, tampoco. Si usted ha decidido quedarse en casa y consagrase al cuidado de sus hijos es usted una madre hiperprotectora, amén de un parásito, un ser que vive a expensas de otro y a espaldas de las verdaderas preocupaciones y dificultades de la vida.
Si usted trabaja fuera de casa entonces desatiende usted a sus hijos, y nadie valorará el hecho de que tenga usted que hacer verdaderos malabarismos para conciliar la vida familiar y la laboral.
Lo peor de todo es que unas madres y otras van acusándose mutuamente: la que se queda en casa arremete contra la que trabaja, y viceversa, como si no fuera suficiente con recibir los ataques de los pediatras, los psicólogos, los especialistas en sueño, los periodistas, las madres, las suegras y las cuñadas.
Nosotras, las madres de hoy, aseguran ciertos psicoanalistas, somos la fuente de todos los problemas de nuestros hijos, porque tenemos demasiada fuerza y le hemos robado la autoridad a los padres.
Si su hijo es hiperactivo, si tiene rabietas, si insulta a otros niños en el colegio, la culpa será siempre de usted, porque o bien le consiente demasiado o bien no le atiende lo suficiente.
¿Y dónde están esos padres a los que les hemos robado la autoridad?
¿Cuánto han luchado para defenderla?
Nadie culpará al padre, nadie cuestionará nunca que el padre trabaje fuera de casa o viaje.
Pero ¡ay de usted si lo hace!
No solo tendrá que enfrentarse al goteo constante de comentarios más o menos directos o indirectos por parte de su madre, de su suegra, de las madres de los compañeros de cole de su retoño, sino, sobre todo, tendrá usted que lidiar con su propio sentimiento de culpa, que no la dejará vivir.
Yo no soy una buena madre.
Trabajo fuera de casa y además viajo.
Dejo a mi hija con canguros.
Tengo novios y vida social.
No le he proporcionado a mi hija ese entorno familiar estable que entronizan los manuales de pediatría y las revistas de papel couché.
No soy una buena madre pero pago las facturas de mi hija (el colegio, la comida, los canguros, la ropa, los juguetes, el pediatra y, muy a mi pesar, las Barbies), apenas duermo para poder llevarla al colegio todos los días, dedico la mayor parte de mi tiempo libre a su cuidado y todo mi espacio mental a pensar en ella.
No soy una buena madre, como no lo somos ninguna.
Es lo más parecido a lo que vivíamos en la primera adolescencia.
La que intimaba con los chicos era una puta, la que se resistía era una estrecha: no había término medio.
El caso es que nunca llueve a gusto de todos y una mujer nunca hace las cosas bien.
A la madre nunca se le valora lo que hace y para colmo no tiene derecho a quejarse, so pena que se le diga que. es una mala madre.
Nuestra sociedad es perfeccionista y quiere individuos perfectos.
Superhombres que se afeiten con acabado impecable, que conduzcan coches que apenas hagan ruido, que vayan al gimnasio tres veces por semana.
Supermadres de brillante sonrisa y silueta juncal, triunfadoras en todos los ámbitos, adoradas por sus maridos y respetadas por sus jefes, y criadoras de niños sanos y emocionalmente estables.
Nuestra sociedad ha convertido el goce en un modelo, y el goce inmediato en el valor supremo.
Y un niño no es goce ni inmediatez.
Un hijo implica renuncia y perspectiva.
Y sobre todo, implica aceptar que la perfección no existe.
Usted, que me lee ¿está con los nervios de punta porque no le da tiempo a hacer todo lo que debería?, ¿tiene diez kilos de más?, ¿no tiene tiempo para ir al gimnasio y, si lo tuviera, lo emplearía en dormir?, ¿desearía que a veces fuera él el que se ocupara de la compra, de la colada, de los biberones y de la visita al pediatra?, ¿a veces se enfada, a veces está harta, a veces llora y a veces, mucha veces, no está en condiciones de dar lo mejor de sí misma?
Estupendo. Bienvenida al Club de las Malas Madres. Recuerde: no somos las mejores pero somos la mayoría.

sábado, 24 de enero de 2009

Tocata

"!!!!Charlieeee, Charlieee!!!!" gritas desesperada. Ahora sabes que le amabas, que le amas con locura mientras pasa un pez espada rozándote con su aguja. En tu gruta de agua salada nadan peces y tú desnuda estás vestida con escamas. Charlie no contesta, nada muda. Escuchas nada, nada te inunda. Y de nada te acurrucas junto a tu hijo en la cuna. Le cantas una nana y te quedas dormida. Le amabas, le amas y le amarás toda la vida. Aunque fuera un fantasma o un invento, aunque estuviera muerto, Charlie sería tu brújula y tu mejor acierto.

sábado, 17 de enero de 2009

El gato, el perro y la gallina de Dr. Carlos González

Picoteaba un día una gallina
entre unos desperdicios de cocina
cuando le sobrevino un deseo urgente
de alzar la vista al frente
y caminar con paso vacilante
(el cuello para atrás y para adelante)
hacia un montón de paja allí dispuesto.
Cacarea, se sienta, se menea,
pica, repica, suplica, tuerce el gesto,
se levanta, se vuelve, cacarea,
puja, empuja, apretuja y pone un huevo.
Un gato, que de todo fue testigo
(aunque el suceso no era nada nuevo)
reflexiona, lamiéndose el ombligo:
"A las puertas del siglo XXI,
y que aún pongan los huevos de uno en uno!"
No alcanza a comprender su alma felina
que una simple gallina,
no sabiendo de ciencia, ni de oficio,
sin el auxilio de gente preparada,
ni acceso al beneficio
de la moderna técnica avanzada
esté a poner un huevo autorizada.
Se acerca el gato a un perro que dormita
al sol junto al corral
y al oído unas frases le musita
en tono coloquial:"¿Se ha fijado, colega
en cómo pone la gallina, ciega
al peligro, sin método ni nada?
Hemos de poner fin a un sufrimiento
que hace de las gallinas instrumento
de la naturaleza desatada."
"Tiene razón", responde el aludido,
"que es la puesta una empresa complicada
para hacerla en un nido.
Hay que abrir un centro veterinario,
a modo de huevario,
en el que sea la puesta controlada
y el huevo por expertos atendido."
Buscar deciden, pues, a la gallina
que a la puesta parezca más cercana,
y resulta ser tal la Serafina.
El gato le pregunta: "Dime, hermana,
¿no notas de algún huevo la venida?"
"Nada noto" — "¡Es puesta retenida!"
"Hemos de proceder sin dilación. Estírate para la exploración."
"¿Me siento así?" — "¡No, tonta, boca arriba!
"Procede a desplumar el perineo
(¡qué vergüenza!).
"Colega, ya lo veo. Con una lavativa
y una infusión de hormonas adecuada
habremos de inducir ahora la puesta;
y una vez dilatada,
hacer palanca con una cuchara
y recoger el huevo en una cesta."
(Hubo de dar el gato una tajada,
porque, si no, no entraba la cuchara.)
Ya se extiende la voz: ¡Por fin la cienciada respuesta a este problema diario!
Las gallinas, con suma diligencia
acuden al huevario.
Y es fama que de ciento que allí ponen
son las cien boca arriba desplumadas
las noventa tajadas, las cincuenta inducidas,
cuarenta instrumentadas, y algo más de treinta
salen con un buen corte en la barriga.
Tan sólo una recela: nuestra amiga que iniciaba esta historia.
Porque es gallina vieja, que ya ha puesto
mucho huevo en la vida, y todo esto
le huele más a esclavitud que a gloria.
¿No ha de tener mi cuento moraleja?
Hela aquí: Mujer, no seas gallina, y si lo eres, sé gallina vieja.
Pregunta al que entusiasta te aconseja métodos tan científicos y nuevos.
"¿Ayudas tú en verdad a la gallina, o sólo vienes a tocar los huevos?"

martes, 13 de enero de 2009

Fuera máscaras, arriba los velos

Hay mujeres que habitan nuestro globo arrastrando bolas pesadas, cubiertas con máscaras y ataviadas con negros velos. Las hay que se deleitan con un pedazo de torta y las hay atragantadas por gordas. En la cuestión de género no hay blanco ni negro, todo es color trigueño. A medias, a trozos, a cachos vamos conquistando la igualdad, que por pudor y temor al bochornazo no llamamos con todas las letras "antigua esclavitud del macho".

Pedalea

Te acabas de despertar y tu niño está prendido. Mama como una rata o un ratoncito, rozando con su palma tu pecho y haciéndote cosquillas con el pie derecho. Sientes una ternura indescriptible ensanchar tu corazón. Tironeado por elásticos el músculo te invade hasta convertirte en una plataforma ancha como una cancha. Ahí habitará tu hijo y desde ahí podrá lanzarse hacia el futuro, misterio de sucesos y azar del destino. “Veremos en qué se convierte este niño”, piensas mientras lo miras con ojos encendidos. Entonces en la cueva se oye un suave sonido, es un chorrito de agua que se cuela por una grieta y llena tu negra caverna como una pileta. Flotas sin problema porque sabes mover las piernas y tu hijo tampoco sufre porque bucea, nada y escupe, como un renacuajo de agua dulce. La cueva se llena de agua y refresca tus enaguas. Entonces Charlie regresa como una meta clara, una visión y una fiesta a la que estabas invitada. De pronto pedaleas, le das fuerte a las piernas y agarrada a tu hijo con decisión buceas, indagas el azul oscuro que va invadiendo la cueva, abres tus ojos a las profundidades azuladas de tu vieja morada.
Estás henchida, dorada y ligera llena de ti misma, convertida en madre tierra. En el fondo de la cueva empiezas a encontrar tesoros: estrellas anaranjadas y fluorescentes flores, caracolas nacaradas, cristales como lágrimas que de tus entrañas profundas cayeron en la gruta y ahora son tierra fecunda.
Sueltas tu cabello y mueves las aletas. Tu tetas estriadas brillan excitadas por esta nueva etapa y se dirigen a la luz, en la superficie donde el viento sopla y el sol destapa.
Ahí vas en bicicleta, pedaleando como un hada marina convertida en atleta.
Has reencontrado tu meta, amar ramas como una ilusa, y no es que estés confusa, una visión lúcida te lleva en volandas: es el amor alquimia más que quimera. Y tendrás un reinado abundante donde antes había rocas. Hacia él pedaleas llamando a Charlie, el chaval de las mariposas, el que revive a las mari-esposas después de muertas.

sábado, 10 de enero de 2009

Libertad de espíritu

"Sostén la mitad del cielo", te dice tu marido mientras aguanta con una mano la bola de cristal y con la otra el alicate. Tú tienes el pie apoyado en un barreño con el bebé adentro y no te fías ni un pelo. "¿Pero no ves que no puedo?", casi le gritas. Estás de los nervios. Esta noche viste en sueños a un hombre de piernas gordas con la billetera repleta de verdes. Luego fuiste a un lugar de alterne con tu hijo en la mochila, pero a la entrada del recinto te anunciaron que tendrías que caminar un buen rato para llegar al lugar de la fiesta. Y es que quieres bailar, descontrolar un rato. Amamantar, limpiar y cocinar no alcanzan a calmar tu sed de botellazo. Con la libertad de espíritu característica de la nueva hembra, le das un martillazo al tema: "!!!!!quieroooo trabajar de estrellaaaaa!!!!".

jueves, 8 de enero de 2009

Mu



"Muuuuuuu...."

Tu voz sale de la garganta como un ronquido, cual vaca o ballena, o como un animal herido, estás mugiendo cuando levantas tu mano y tocas las paredes de piedra. En la caverna todo está oscuro y todo está limpio. Es negra, húmeda y de contornos indefinidos, en ella eres y estás como sedienta, buscando letras con tu mugido.

"Muuuuuuu...." repites. Y entre sueños lo ves a Charlie flotando en un cielo golondrino con el sol languidecido. Recuerdas las tardes de cristales y las mañanas al viento, cuando entre las sábanas le decías tu nombre y en cascadas caían letras en su pecho. Luego, desayunábais medialunas de cobre ensayando el olvido.

"Ay, Charlie". Te musitas mustia como una flor sin sentido...

Entonces enrojece tu vientre y llora tu niño. Le entregas el seno rebosante y florece un manojo de claveles chinos. Tu niño sonríe a sus dientes de leche. Mientras llora, mientras ríe, tú tiemblas como un alambique sumergido en el océano.

Mu. Ahí está el origen, mujer, madre, anciana del abismo.

La clave es tu (d)instinto.

domingo, 4 de enero de 2009

La boca

Apenas amanece sientes tu boca. Tiene un perfil extrañamente ajeno a tus sentidos. Balbucea palabras rotas, dichos de otra. Entonces te incorporas y, cuando estás casi erguida, sientes al niño colgado a tu eslora como un cachalote crío.
No puedes levantarte y mucho menos correr, como habrías pretendido. Vuelves a mover la boca buscando un sentido y de nuevo escupes algunos bramidos, gritos guturales y babas de loba. No es tu boca la que abres y tampoco eres tú la que bajó a la cueva. Ya no hay nadie razonando y fumando cajetillas de cerillas. No hay aspirinas, ni estantes.
Sólo el silencio de tu caverna enmohecida. Tú hijo que palpita y tú lamiendo enfiebrecida.