martes, 17 de febrero de 2009

El libro de las caras

Escribir el libro de las caras sería un dolor de muelas. Estaría ahí, clavado, y sin embargo yo nunca sabría del todo dónde está. Y eso porque las caras son cambiantes e infinitas, innumerables y efímeras, un momento, un instante atravesado por una emoción o un pensamiento y luego la cara desaparece, se esfuma como un viento de temperatura variable.
Escribir el libro de las caras querría decir, tal vez, comparar las caras de ayer con las caras de hoy. Las caras del antes y del después. Pero, ¿antes de qué?, ¿después de qué? Habría entonces que inventar los entres, los siglos en que estuvimos perdidos cruzando barrizales y descifrando briznas colgadas en el sweater de un amante. Tal vez ese amante fuera el marido que una vez besaste con besos encendidos y ahora ni recuerdas, aunque lo tengas delante. Quizá los barrizales tuvieron que ver con tus intentos de llegar la primera, de escalar como una atleta los escaños sociales y de tener tarjetas. O cruzaste ciénagas de soledad y miedo para ponerte una careta y ser la protagonista más bella de Sex in the city, tú la princesa plebeya.
Escribir el libro de las caras sería una labor tan inútil como inabarcable. Inútil es hablar de una cara cuando las tenemos todas e inabarcable porque la que escribe habría de infiltrarse en la intimidad más inconfesable. En el quiebre de la aurora, la cara es otra. Muestra la arruga su pliegue, la borrachera su bronca. A altas horas de la madrugada, en esa línea sutil que nos separa del desayuno, los propósitos y el buen aliento, hemos dejado de ser quiénes creímos que éramos. Entonces nuestra cara no es más que una huella, un topos. Innombrable materia que refleja el devenir de lo que somos.

sábado, 14 de febrero de 2009

Equilibrio

Es lo que buscas. Mantenerte suspendida en ese tibio equilibrio entre las aguas de tu madre, con el cordón tirando suavemente en el vaivén de las ondas. Nadas como un pececito, o como un globo en el aire flotas con una sonrisa constante. Estás buceando entre las rocas, atraviesas verdes prados salpicados de marinos caballitos. Hay algas, ostras, percebes y alquitranes, algún viejo clavo y muchos peces, miles de peces. Nadas en lo produndo del océano y te mueves, aleteas convertida en sirena, nacida dos veces. Entonces en un recodo algo resplandece, brillo dorado que aparece y desaparece. Te acercas. Olisqueas con las branquias como los peces y entonces enloqueces: es un tesoro. Tú tesoro. El que buscaste durante meses...

lunes, 9 de febrero de 2009

Hasta que los hijos os separen

"Cariñoooooo" escuchas la voz de tu marido con un rintintín especial, temblorosa y expectante. Luego oyes cerrarse la puerta, la maleta arrastrar a lo largo del pasillo y las llaves golpear la fuente de porcelana de tu abuela. Estás en el sofá con las piernas abiertas y la patata relajada, los músculos de las piernas te pesan toneladas. Tu marido asoma la cabeza por detrás de la puerta: "hola guapaaa", y luego te mira con ojos de ternero extraviado. "¿Qué pasa cariño, estás enferma?", tú le miras con ojos carniceros y le explicas que SU HIJO ha decidido caminar sobre tu cadáver, que estás hasta el moño de la casa y de trabajar como una posesa. Él levanta un paquetito que lleva colgado del brazo: "Es lencería fina, cariño. La compré en el Duty Free y es a juego con los zapatos...". "¿¿¿¿Qué zapatos????", alcanzas a gruñir antes de lanzarle tu pantufla con efecto boomerang, que lo deja tirado en el suelo y callado por un rato.
Hijos que llegan para quedarse y horrores maritales que se acomodan donde antes había un feliz noviazgo.