sábado, 10 de julio de 2010

La vigilanta

Escuchas las olas de mar unidas al suave murmullo de una conversación lejana. Has pedido un tiempo personal a tus obligaciones varias y te enfrentas a una página en blanco.
Escribir es una enfermedad extraña, un poco como volver a casa y hablar con los fantasmas que habitan tu morada. Hoy hablas con la vigilanta.
Ella te mira desde un ademán reprobatorio, de mala gana. Te acusa por cientos de cuestiones en las que fallas, una, tres, varias. Depende del vidrio de su lente si eres autoritaria u holgazana. Depende de la madre y de la calaña.
La cuestión es que para la vigilanta nunca alcanza, y como no alcanza no hay piernas para sostener, ni dientes para morder y tu ojo está caído en el agua.
Qué gran falta de manada, cuando las madres están fragmentadas, divididas en vertientes del ser y en ideologías dictadas.