domingo, 1 de mayo de 2011

Feliz día de la esclava

Vas a toda pastilla cuando, al pasar delante de la gasolinera, te das cuenta de que te falta gasolina. Aminoras la marcha y te metes en la fila. Hay varios todoterrenos haciendo cola, una troupe de turistas en utilitarios de alquiler, una furgoneta amarilla con una tribu toda pintas y, en medio de tanto ruido, un coche blanco y diminuto. Eureka, piensas, ésta es la mía. Mientras calculas los minutos que te quedan para llegar a la guardería, te cuelas detrás de minúsculo vehículo y esperas. Mientras tanto controlas en tu blackberry los mails retrasados, de tu jefe, de tu prima, de tu colaborador reclamando un pago. Pasan los minutos y pasan los coches de largo. Los todoterrenos, los turistas, la tribu de la furgoneta han cargado gasolina y desaparecen dejando colas vacías que se van rellenando. Para ti el tiempo es oro y mientras resoplas tu impaciencia le escribes a la empleada del banco sobre varios asuntos que habías olvidado: el cambio no sale gratis ni los préstamos son tan largos. El cochecito sigue ahí parado. Continúas trabajando y entre los mensajes amontonados descubres dos felicitaciones que te devuelven a la fecha del día: Feliz día de la madre y Feliz día del trabajador. Mierda, te dices mientras miras a la cajera que a lo lejos habla con un enano. Avanza la hora y en la guarde espera tu retoño, con la maestra hasta el moño y el reloj caducado.

Mierda, mierda, mierda, te repites. Hasta que vuelve el enano, abre la portezuela del cochecito y hace un ademán disculpándose por haber tardado tanto. Cuando se cruzan tu mirada perdida y su mirada de esclavo, estás hasta las manos y aunque hoy sea tu día, no alcanza tu sonrisa a la suela de sus zapatos.

domingo, 3 de abril de 2011

El terror de las madres

Tu hijo camina entre las gradas con un globo en forma de avión atado al dedito. Está radiante con su última adquisición y nada parece importarle más que la silueta brillante que flota sobre su cabeza.
‟¡Qué mono!″, dice una madre con sombrero de piel y voz altisonante, mientras recoge el bolso de Hello Kitty de su hija Orquidea, que está sentada a su lado lamiendo un chupetín multicolor. Al costado de la madre con el sombrero de piel está sentada otra madre, algo más joven, con dos enanos colgados del cuello. El más chiquito mama desaforadamente una teta tatuada con flores de alelí, el otro le toca la oreja mientras se chupa el dedo. La madre tatuada mira a la madre del sombrero por encima del hombro, y luego te mira a ti, ‟¿quieres?″ le ofrece a tu hijo una botella de agua rellena con un líquido de color indescriptible. ‟Es la bebida de Spider Man″, afirma sonriente. Tu hijo la mira con cara de aterrizaje forzoso. No, no quiere.
Ahí parada en las gradas decides que es el momento de ofrecerle algo de comer y sacas de tu bolsa un bocata de jamón serrano envuelto en papel de plata. La madre tatuada te mira raro, quién sabe si por el papel de plata, por el jamón o por la negativa de tu hijo. Tú le sonríes tímidamente, ‟No ha comido nada serio″, te justificas. La madre del sombrero suelta una risita y os ofrece una merienda de cereales y fructosa. ‟Tengo más″, insiste, ‟con esto puede hasta saltarse la cena. Mira la mía qué grande y qué guapa. ¿Eh mi reina?″. Ahora eres tú la que pone cara de aterrizaje forzoso.
En esas estáis cuando dos chavales pasan como una exhalación a vuestro lado, tirando del brazo de tu hijo que ve con sorpresa como se suelta el globo de su mano. La carita se le transforma en un instante pasando de la beatitud al terror y luego al llanto. Tú miras atónita el globo volando hacia lo alto, cómo va haciéndose cada vez más pequeño hasta convertirse en un puntito y luego desaparecer totalmente.
Definitivamente, el globo se ha esfumado. Llorando él por fuera y tú por dentro, dejáis en las gradas el bocata, el papel de plata y a las dos mamás mientras buscáis desesperadamente algo o alguien que os ayude a superar la pérdida.
Tu hijo grita sin que puedas calmarlo durante minutos eternos. Pero alguien aparece detrás de tu sombra, es el amigo que estabais buscando. Tiene las rodillas peladas por las caídas en triciclo y un avión rojo en la mano. Sonríe abiertamente con su diente torcido mientras le dice a tu enano ‟No llores, ya verás, éste tiene alas de veras y puedes hacerlo volar con tus manos″.

martes, 8 de marzo de 2011

La superstición

El domingo pasado acudí con mi marido y mi hijo al polvoriento mercadillo de mi pueblo. Como cada fin de semana, revolvimos entre baúles de juguetes, velas con descuento y falsos inciensos que prometían limpieza instantánea. Al salir, cargados con bolsas hasta el cuello, me di cuenta de que llevaba enganchado al chal un juego de calcetines de bebé, color rosa pálido.

Pasé el resto del día pensando que era una señal para empezar a buscar a la niña. Quién sabe... Pero no importa si es esta coincidencia u otra la que sirva para justificar la biología y mis deseos de familia. A lo que iba con esto en el día de la mujer es a nombrar algo que me asalta en la vigilia, ella es la que lleva el chal y la que engendra a la cría. Sólo para recordarlo, hoy que está de moda llevar botas e ir de batallitas.