sábado, 27 de diciembre de 2008

Amar amargo

Amar en la humedad de cualquier garete o en la parte trasera del coche, amar sin previos, sin preguntas, sin reaseguros. Amar sin saber, sin querer. Amar sin amar. Sin puntería. Amar huyendo. Amar sin conocer el perfil sombrío del alma que embiste, encandiladas por las luces del en amor a... miento. Y mientras mentimos todos juntos con las bombillas bailando un villancico, se abre un boquete en el cuerpo y empieza el banquete de la muerte.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Masticar piedras

El arte de masticar piedras se perfecciona con el tiempo. Hemos de sentarnos, relajar los músculos del cuello y distender esfínteres, soltar amarras y arriar las velas. Comiendo piedras llegaremos lejos como un vela ligera, pero no ha de tener prisa el que quiere criar sesos. Practicar en estas fiestas con un ensayo escrupuloso y articulado sobre las patrañas religiosas, el negocio de la guerra y el fraudulento sistema financiero americano, entre otros excesos, puede dar buen resultado.
Pero tengan cuidado de no confundir el pesebre con las compras del mercado.
!Felices Siestas!

jueves, 4 de diciembre de 2008

Ser otra

"Mujer martillo, hembra tecnológica y matemática genial busca macho emocional, sensible y comunicativo. Que le guste bailar, escuchar el ritmo del mar y pasar desapercibido".
El anuncio en el periódico llama mi atención y me hace reflexionar.
Son tiempos para cambiar, hay roles que reinventar, muros que derribar... y no todo está perdido. Desafiar lo establecido y abrirse a lo excepcional en el contexto más inesperado, son consignas para percibir el talento creativo en la cotidianidad más banal.
Yo estoy buscando un amante capaz de llorar las sobras de su marea menstruante y me entreno día por medio para sacar a mi teknogenio. Aunque a veces soy la de antes, junto a él puedo ser otra.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El barco y la fregona

Han vuelto a atracar enormes barcos en tu costa. Son barcos o sombras, no aciertas a confirmar la materialidad difusa de su perfil tembloroso y fantasmal. Son negros como cuervos y están ahí, detenidos en el mar mientras sopla el viento y arrecia la tempestad.
Las sombras se adelgazan, se estiran como llamas deformes y lamen tu terraza, golpean los cristales de tu casa y se cuelan por las ranuras hasta el interior. Luego aletean y cubren tu cara de niña mojigata. Están turbando tu alma mientras escrutas el resultado de tus entrañas en el detector de orina. Estás embarazada: estuviste con tu chico en la cama, en el garage, en el escondite de la playa. Él te tocaba y te gustaba. Te pidió que le dejaras entrar un ratito. Y tú flotabas, te mojabas por fuera y por dentro.
Ahora el barco está en la playa.
Sabes que no tardarán más que unos minutos y podrás olvidarte del susto. Son médicos eficientes, del norte, que han venido a modernizar España. "No quiero ser la fregona eternamente" piensas mientras sacudes la cabeza para volverte valiente. "Un niño detendrá mi vida, me pondrá de rodillas a limpiar, me condenará a vivir con mis padres o con el Paco... no, !yo quiero triunfar!".
No vas a estudiar ni planificar nada, simplemente saltarás a la fama. La prensa hablará de ti muy pronto. Sin darte cuenta, has ido recogiendo tus cosas. La chaqueta de Zara, las botas simil de Prada, las gafas sesentosas. Estás ataviada con tu uniforme de diva adolescente, lista para salir de casa y demostrarle al mundo lo que pueden las hembras españolas. Tomas el pomo de la puerta y miras el rosario de la Aurora, la abuela aldeana. Luego, la fregona apoyada en una esquina con su cubo de agua. Te despides y en voz alta amenazas: "!tendré un hijo cuando me dé la gana!" antes de cerrar la puerta y salir de casa como una leona.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Íntima y nocturna

Después de la explosión sigues bajando al caracol. Llevas horas descendiendo, a tientas vas descubriendo el muro espiralado, sus quiebres y mareos. El rumor del mar ha menguado y ya no es para tanto, empiezas a ver tu silencio. En un balconcito empedrado sobre un acantilado ronroneas y gorjeas sin acierto, dando vueltas en el vacío coqueteas, más no caes, sino que como una gata perfecta mantienes tu cuerpo enhiesto.
Ahora estás en pleno silencio, no escuchas las olas ni tampoco las gaviotas, sólo tu respiración que va y viene como una anciana señora roncando en el tiempo. Entonces llegas a una gruta. Es una cueva oscura y mojada de agua salada. La tierra es arena blanca con fósiles moluscos y no se escucha nada, ni el suspiro de un hada. Te arremolinas buscando una mágica figura, un caracol iluminado en la tumba o en la cuna. Poco importa si estás muriendo o estás naciendo, lo que importa es que eres una y te estás multiplicando.
Te has echado.
Ahora tu cuerpo está relajado y te concentras en el dolor que empuja huesos y músculos por tu vientre atravesados. Vas abriendo un sendero para tu niño venidero. El cerebro se te estruja hasta hacerse diminuto como un dátil jugoso o una esponja enana. Ya tus manos no utilizan utensilios ni herramientas, sino que laten, gruñen y murmuran que por fin te has vuelto hembra.
Aparece una barca. Está hecha de lianas y de yedras. Te acompaña un sabio o una bruja, no aciertas a saber de quién se trata, pero sabes que está entero y te mira como a una hermana. Allá llegas. La barca te lleva y te sientes ligera, entonces abres la boca, cantas, gritas e invocas hasta que de tu lúcida vágina emerge un niño, un niño de sangre. Un hijo.
Tu hijo.
Lo abrazas, lo hueles, lo meces y él te busca, te huele, te siente trepando por tu vientre hasta llegar al pecho, donde un pezón le sonríe como si ésta fuera su tierra.
Luego acuden a la cueva otros animales sin truco: monos, cerdos y otros cachorros se agolpan en tus tetas, rozan el cielo mientras maman y amanece.
Ya eres hembra, ya eres tierra. Por fin has llegado del otro lado, íntima y nocturna has invitado a un sin fin de mujeres que el camino han desandado. Todas ellas te miran, todas ellas suspiran y entre flores, permanecen.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Capas púrpuras y batas blancas

El control sobre la vida reproductiva de la mujer en manos de la Iglesia, del Estado, de los laboratorios farmaceuticos desemboca hoy en un pungente interrogante: ¿somos libres o qué? De dónde venimos, escapando de las capas púrpuras y las batas blancas, no necesariamente indica a dónde vamos... ni tampoco dónde estamos, pero puede dar alguna pista.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Mi tiempo no es mío

Ya no sé por qué caminan mis pies, cuál es el motivo de tanto tiovivo ni si podré volver a verte alguna vez . Mi tiempo no es mío. Se lo llevaron las revoluciones y los avances de este siglo, ahora estoy sin pilas, sin paseo y sin sorpresas divinas. Todo está cronometrado en mi vida de cienpies obediente, desde el polbo matiné hasta el lavarme los dientes, pasando por tv3.

El día de la puta

“Feliz día de la puta”, Charlie te mira con una media sonrisa y los ojos muy abiertos, mientras tiende un plato ovalado con un ave pequeña, a decir verdad mediana, que no aciertas a nombrar. “¿Quéee?”, preguntas incrédula apartando el libro que estabas ojeando, “¿de qué estás hablando?”. “Todavía no te he felicitado, hoy es el día de la puta” aclara tu maridito con un tono francamente cariñoso, “...te he cocinado algo sabroso”. Estás a punto de echarte las manos a la cabeza para mostrarle claramente tu felicidad y tu asombro cuando se escucha un temblor impresionante. Bajo tus pies vibran las alfombras cachemiras, las baldosas, los tuétanos de hormigón y la casa se tambalea, con las paredes derrumbándose alrededor como una chabola de papel. Charlie hace equilibrios para salvar la cena gritando “!Nooo!, ¡¡el pavo no!!” pero el pavo, ahora lo sabes, sale volando por la ventana y detrás de él vuela Charlie con sus alpargatas. Tú aguantas prendida al sofá, con una mano agarras la damajuana y con la otra el libro que te tiene atrapada. De pronto se escucha un sonido de aire, un bufo potente absorbe hacia el fondo de la tierra todo lo que fue tu hogar, destruyendo tubos de agua corriente y cables de electricidad, sillas, lámparas, cientos de enseres y tu precioso ajuar.
Luego, quietud y silencio.
Cuando alcanzas a mirar entre el aire polvoriento descubres que tu mansión se ha pulverizado como un viejo quiosquito de periódicos arrasado por las marejadas del clima trastornado. No queda nada de lo que fue, más que el sofá morado y una lámpara de pie. Tú estás milagrosamente salva, en un paisaje desolado y fantasmal, con tu libro a un costado. A lo lejos se escucha un extraño silencio, de mar embravecido y pájaros volando. Te lames los labios y notas que el polvo está salado, cargado de hierro, carbón y otros sabores pesados. Pata de pavo es lo que estás tanteando sobre el sofá mientras buscas el interruptor para encender la luz. Con una mano encuentras el interruptor y le das, algo descreída. Sin embargo la luz se hace y te encuentras a las mil maravillas. Con la otra mano te agencias la pata de pavo y le hincas bocado.
La cena está servida. Tú estás a la deriva y la heroína de tu cuento todavía no ha llegado, así que abres el libro donde lo habías dejado y te entregas sin reservas al viaje más intrincado.

martes, 25 de noviembre de 2008

De brujas y esbirros

Pareciera que después de siglos de maltrato, las mujeres hemos alcanzado el privilegio de la ubicuidad. Ahora estamos en todas partes, tenemos un cuerpo múltiple y extenso hecho de millones de cabezas. Algunas piensan, deciden, legislan, escriben y comercian. Otras bajan la mirada y esconden la cara. Muchas viajan con hijos a cuestas o del otro lado del mapa para ganar algo de plata, porque el aire no basta. Otras luchan para besar a quién les plazca y concebir, criar y vivir como les venga en gana. Somos muchas, ciudadanas muy distintas y curiosamente, todas malvadas brujas. Y es que ahora que la igualdad es de agenda pública y se mueven peligrosamente las parcelas y las túnicas, surgen románticos esbirros y asesinos a raudales, para salvar al mundo entero de las brujas y sus males.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Caracol

Caminas a oscuras, tanteando con tus dedos temblorosos la superficie húmeda de los ladrillos rosados. Tus pies se deslizan con cuidado sobre escalones de madera vieja con vetas abiertas de las que surgen astillas e hilos gastados.

A pesar de la incertidumbre, de no saber ni ver con los ojos por tanto tiempo cerrados, desciendes por la escalera de caracol a una velocidad sostenida, como si bajar fuera cuestión de estado. Estado de neblina, de incontinencia y de menoscabo. El ritmo de tus pies va etiquetando los escalones que dejas con viejas palabrejas: abedul, pan tostado, tortuga y aceituna son motes que brotan de tu intelecto acongojado. Más abajo, un escalón doblado te muestra un semáforo: amarillo, verde y morado, pase, no pase, frene y sea bien educado.

Tú decides que bajas, con tus largas pezuñas golpeando en el silencio y el hocico mojado goteando chorretes de moco licuado. Cuando de pronto la luz resplandece temblorosa y sorpresiva, puedes ver la escalera que desciende interrumpida, y en una esquina contra el muro, un tramo suspendido sin conexión hacia abajo ni hacia arriba. Ahí está tu bebé perdido: en ese pequeño rectángulo colgado en el vacío, tu hijo, a cuatro patas como buen mamífero, te busca en su agitada espera.

Descubres entonces que el niño no corre peligro. Que sabrá esperarte sin salir del recuadro, protegido del salto al vacío por su instinto divino.

Pero, ¿cómo vas a rescatarle? Los dientes te crecen y las muelas hunden sus raíces en tus sienes. La cabeza te explota de grises y matices mientras remodelas el mundo en tus dedos ausentes. Amnésica estás presente de manera intermitente y tu consciencia va y viene, entre la carne, los músculos y tus células sufrientes. De pronto tus pulgares se ponen a ulular como bichos enroscados, atrapados en una ceguera omnisciente:

-“!!!!Charliiiiiiie!!!!”.

Es un aullido rotundo, la palabra insuficiente para explicar tu dolor de mundo.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Fórmula

"!Otroooooo!". El pediatra alemán grita desde su despacho y dudamos un poco, porque no somos los únicos en la sala de espera. Hay otros. Padres, madres, abuelos y niños de varias edades esperan con nosotros. Finalmente decidimos que nos toca y metemos la patita en la puerta. Nuestro retoño sonríe rozagante, saludando desafiante al pediatra que pregunta sin cambiar de tono: "¿gases?, ¿cambio de pañales?, ¿dientes?, ¿come carne?". Vamos respondiendo poco a poco, rezagados como orangutanes, mientras desvestimos al bebé y le explicamos que come, caga y ríe como todos los monos. Es feliz nuestro retoño. "Con la teta ya vale, ahora hay que darle fórmula", dice mientras le enchufa una vacuna sin parpadear. Bebito llora, se retuerce y cabecea como un oso. "Tiene carácter..." dictamina el médico mientras tantea sus mucosas y le aprieta la panza. Lo pesa en la balanza y es evidente que el osezno engrosa que no es poco. Aunque la teta ya no vale. Ahora, dice este señor, hay que darle alimentos sustanciales: pollo, carne, cereales. Estoy por abrir la boca cuando me encaja la libreta sanitaria y me saluda, hasta pasadas navidades. Para la revisión de un par de meses, a ver si deja los pañales. Nuestro hijo no es moco de pavo pero adolescente tampoco. Sólo tiene 7 meses. Con las tuercas apretadas nos expulsan a la calle, donde acabamos de ponerle la ropa y cubrirle sus partes. En la salida, otras familias visten a sus infantes, en 7 minutos pasamos la prueba y ahora, habrá que darles fórmula para que lleguen cuanto antes.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La mosca blanca

olfatea su lugar
en el muro negro
la negra
busca su colchón
refugios que son islas de sueño
chozas que son trampas
destinos sin dueño
cabezas arrancadas
o educadas en la exquisitez
tradicional del Cuco´s Gang
más exportable
entre ríos de odio
superstición y miedo
arden vetas profundas
en el mármol y el oro
se desplaza una pupila
hambrienta
buscando devorar
lo otro

viernes, 14 de noviembre de 2008

Lo Perdido

“Ye she long da tian, ye she long da tian”. Repites mentalmente mientras corres con tu alma malherida. Charlie es una imagen borrosa en tu frente marchita. Ya no recuerdas cómo le amabas ni si era un amante decente, ya no recuerdas casi nada. Y sin embargo estás habitada por un ritmo demente, un grito enloquecido que te empuja a buscarle y ay, por encontrarle tienes alas. Volando has llegado hasta el local de los chinos, al lado de donde vive la chinita que te dijo esas palabras. “Ye she long da tian” estás murmurando cuando de pronto a tu lado escuchas una voz amortiguada. “¿Tienes fuego, guapa?” te dice un joven moreno, con la mirada aguada y hablar gangoso. “No fumo” respondes y sin querer añades “ye she long da tian”, en voz baja. El tipo abre los ojos como pozos y te aclara “Abuelo es dragón del cielo es una balada… cuenta la historia de un hombre bueno que fue aniquilado al alba. Su hija estaba embarazada, llena de sueños. Pero había una maldición heredada entre las mujeres de esa casa…”. Miras sorprendida a ese hombre y entonces le hablas “¿Cómo te llamas?, preguntas. “Louis Perdido. Lo para los amigos.” Te dice él casi risueño. Entonces buceas su mirada y está calmada, sin ruidos. Aunque sus pies están hechos añicos y sus ropas son harapos, Lo promete un buen rato. “¿Qué buscas?”, te inquiere él mientras tú oteas del otro lado, buscando en la tienda alguna pista que resuelva el asesinato. “Busco…busco…”, hesitas un instante y luego afirmas “busco a mi hermano”. Entonces caes en la cuenta. Charlie es tu hermano. También tu hombre, tu amante, tu enamorado. Pero sobre todo tu hermano. En esta vida y en la otra quieres abrazarlo, saber que está bien, acompañarlo. Entonces recapacitas “Bueno, no. Es mi marido. El padre de mi hijo. Se perdió hace meses, siglos, años… no recuerdo. En esta esquina estuvo y me llamó por teléfono…”. “Ah, vaya”, responde Lo, “Yo también la estoy buscando. A mi hermana, a mi amada. Amy se llamaba. La muy guacha… se fue sin decir nada. Una mañana, al despertar ya no estaba... había dejado las llaves de mi coche en un vaso de agua, con un papelito. Me explicaba que el coche estaba en la playa Ancha, si lo quería. Y firmaba pidiendo que no la buscara, nunca. Cuando fui a la playa a por mi coche descubrí que estaba bajo el agua… había aparecido aquella semana y estaba en el espigón, entre las rocas metido…” Lo arrastra estas palabras y luego ruge enfurecido “!Por eso metió las llaves en el agua, la muy bestia!... al principio no lo entendí, ¿sabes? Pero es que ella siempre ha sido rápida y yo, lento”.
Lo Perdido mueve la cabeza como si doliera. Te está doliendo el cuello de tanto pensar en ello, entonces buscas en tu bolso y le tiendes unas llaves. “Es viejo pero funciona”, le dices sin pensar en lo que haces. “Está aparcado frente al parque, un Citroën amarillo. Era de Charlie”. Lo Perdido te mira como si estuvieras loca. Luego mueve la boca y le salen borbotones de fresas, frambuesas y frutas deleitables. Flores de risa brotan en el aire.
Lo Perdido te mira, respira y trina estas frases “Las mujeres sois el más bello enigma que nos dejó el de arriba. Qué pena que algunas estén tan desquiciadas haciendo disparates. Amy se llevó a mi hijo, se fue con sus amigas divorciadas a trepar una cima. Fuimos un buen equipo pero nos metió dinamita porque quería cancanear, festejar y trasnochar. Ganar guita y estar como la que más… y ahí se fue la madre con mi criatura prendida". Lo suspira hondamente y añade pensativo "Nunca has de hacer lo que no quieres que te hagan”, clavando sus ojos transparentes en los tuyos “no dañar, pisotear ni insultar al que te ama…”

Lo Perdido se calla. Tú no hablas.

En ese momento el motor de una motocicleta estalla, suena su estruendo y pasa a vuestro lado como un trueno una moto de gran calibre. “¿Lo ves?” te dice Lo Perdido, “de tanto correr la gente ha perdido el sentido….” Cuando está diciendo esto te acuerdas del tiempo y miras tu relojillo. Son pasadas las siete y has de correr a buscar a tu niño. Te despides de tu amigo y él te besa agradecido. Con esta perla como guante ceñido te devuelve a la ciudad en la que estáis perdidos: “No corras, belleza. Si corres te puedes caer o puedes perder a los que van más despacito. Y luego, en la cuneta, sola o majareta, ¿quién te va a querer?".

jueves, 13 de noviembre de 2008

Accesos y excesos

Parece que los accesos de las mujeres a las oportunidades están mejorando en todo el globo. Son más las madres que trabajan y acceden a puestos de poder, son más las que deciden. Poco a poco van llegando, trabajando más y cobrando menos, con mucho esfuerzo. Aquí van algunos datos y la vivencia de una jueza argentina. Acá cifras de espanto sobre la discriminación de las niñas. Y acullá, Caperucita Roja en el Senado. Pero no sólo hay discriminación de género, la diferencia empieza en el barrio, la alacena y el armario. Así estamos, en una pirámide global con cuatro cabrones blancos en la cúspide trepados, y en la base, pobres, indígenas, negros, enfermos, mujeres, niños y ancianos. En la pirámide atrapados, cuando llegue el apocalipsis, entre sombras y fanstasmas bailaremos abrazados.

martes, 11 de noviembre de 2008

Paradigma para dignas madres

He aquí una noticia que anuncia el advenimiento de una nueva era: finalmente los bebés volverán a ser hijos de quien los concibiera. Ya no serán las máquinas, cables, protocolos e instrumentales el universo nutricio de nuestros recién nacidos, sino que será la piel de sus padres, sus voces y su aliento entibiecido. Por fin, ¿volveremos a la Tierra?

El fantasma de la teta

La lactancia humana es una actividad extraña. Tan antigua como la patata, no es exclusiva de la tierra asiática ni de la americana, sino que se expande por doquier donde llega nuestra raza. Dan de mamar las mujeres hawaianas, las haitianas, las suecas y las eslavas, dan la teta en Dinamarca, en la Patagonia, en New York y en el Sri Lanka... y sin embargo sólo conocemos su fantasma. Poco se sabe de este arte noble y femenino de nutrir al que le hace falta. Se ha dicho que la cerveza cría leche y que amamantar adelgaza, en otros lugares prohiben la teta porque insulta a algún profeta, a veces le ponen veta, a veces la promocionan, unas dicen que calma, otras que lloras o que te hace valiente y las más flacas, que engorda.
!!!Aquí gordas y flacas, tetas secas o repletas, exorcisen sus fanstasmas!!!

lunes, 10 de noviembre de 2008

A cuchillazos

Con ostias, patadas y puñetazos. Así tendrán que defenderse los niños de sus padres y los padres de sus hijos para poder acceder al amor de madre o mujer. Un fiasco, una tristeza infinita aunque sea en tren de broma y con brillantez. Pueden ver el reflejo de nuestras egóticas parejas y escuálidas familias aquí. Pero no olviden que las posibilidades son infinitas y donde hay lucha puede haber colaboración, donde hay soledad puede haber comunión y donde se aman dos, podrían amarse tres.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Bienvenid@ a la crisis

Ha llegado la tan cacareada crisis a nuestra isla de ladrillos. El sol revienta las espinas mientras levanto mi dedo al viento: para un lado o para el otro, por donde sople pongo a arriar las velas. Son de cera violeta, azul y magenta. Todos colores morados, para mis noches de luna sedienta y mis amores de teta. He dado de comer a los gatos y retiro las espinas relucientes para evitar algún estrago, cuando reparo en las noticias del papel de diario sobre el que un felino ha vomitado. Los titulares anuncian suicidios en masa en la costa oeste norteamericana, miles de nuevos refugiados aterrados y la caída en picado de los divorcios entre hispanos. En estas lindezas estoy pensando cuando le pregunto a mi vecina por encima del cercado, una viejita alemana con moño desgreñado, cómo encara la cosa a sus venerables años. "Con un poco de agua caliente y unas hierbas del campo, mientras tenga cartas de bridge, lo importante es seguir jugando", me confiesa tarareando una melodía, que anuncia un nuevo día.
Al pincharme con una espina, recuerdo un cuento de Margarita, la autora de Faustina en la hoguera, que narra una noche extraña en que su perra estaba de parto y atrajo la sombra de un gato. Al oir a los animales gruñendo, Margarita fue a su encuentro y encontró a su perrita llorando lágrimas de sangre. A los pocos días extirparon el útero a la anciana perrita y Margarita la cubrió de besos y caricias. En otra noche rara, Margarita escuchó nuevos gruñidos y al acudir junto a sus bichos descubrió lo que había sucedido: el perro de la casa había violado a la perra, estando encendido no supo oler el vacío.
Entre el bridge de mi vecina y las desventuras uterinas de mi amiga Margarita, me he quedado en el sistema prendida. Como la sombra de un gato o las noticias con espinas es nuestro presente anatema. Y para eso nos visten con sus pobres prendas millonarias. Por esto es que esta noche planeo quemar en la hoguera mis mejores vestidos, mis botas de Prada y todos mis anillos. Excepto una piedra preciosa antigua y verdosa, que tiene dedos de pan y ojos de viento para aprender a contar a la luz de las velas la verdad de los afectos.
Si la crisis es voraz, que se coma las mentiras.
Que se coma las caretas y el oro virtual.
Que nos deje en pelotas, sin marcas, sin títulos, sin propiedades y sin doctorados, que pulverice records mundiales y gratificaciones navideñas, sueldos arañados y delicatessen extremas.
Que la crisis purifique, desintegre y renueve en unos cuantos años lo que hemos envenenado durante siglos. Si así fuera, que así sea, ya tengo medio cuerpo metido en la hoguera. El resto lo dejo para la crisis venidera.
Visiones de un elfa sudamericana aquí

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Bebé Mi-das en el limbo

“Bebé, bebé”, susurra una azafata inglesa pestañeando y echando besos al aire con sus morritos rosados “¿mi das un besito?”. Van pasando una detrás de otra enfundadas en sus uniformes rojos y ajustados, la pelirroja sonríe con todos sus dientes diciendo “¿qué, eeeh, qué bebé? ¡¿mi das una sonrisa, eh, guapo?!”, la rubia pizpireta hace sonar la lengua moviendo la cabeza de un lado a otro mientras se acomoda la chaqueta, “ay, qué hermosura, ¿mi das la mano?…” pregunta; cuando lo toca el niño suelta una carcajada sonora, "!mira cómo ríe, si lo ilumina todo!" exclama la rubia con los brazos abiertos.
Después del aterrizaje, los pasajeros del vuelo a Ibiza, que han resultado ser en su mayoría ancianos de viaje en comitiva, pasan frente a Bebé y saludan haciendo carantoñas, le rozan los dedos, le tocan la punta del pie, dicen algo, aplauden, cantan, sonríen… y caminan a todo trapo para bajar del aparato componiendo un cortejo añejo pero entusiasmado.
Más tarde, reconocemos las playas de la Isla. Recalamos en la Cala Vadella donde el sol hace de prisma y despliega sus colores desde el cielo, tanto brilla que no nos vemos. Con la mano por visera oteo a lo lejos a un tipejo con sombrero de vaquero. El tipo nos ve y cambia de rumbo, hasta nosotros camina dando tumbos. Llega y con su sonrisa revela mil birras pasadas por nicotina. “Ay”, casi canta “he visto al niño y por poco mi da un…”, tocándose el corazón le cambia la cara que se vuelve dulce y agraciada. Entonces entona un verso con ritmo flamenco: “Qué cara más bonita tiene ese niñoooo”. Bebé abre la boca dando saltitos y gritando como un monito. El niño festeja al artista y el artista vuelve al mundo. Al vaquero flamenco le brillan azules los ojos mientras musita “yo tuve una mujer y una niña… una tarde pasó un autobús y se las llevó a las dos… las mató. Así que ni mujer, ni hija”. Luego me pide que le ayude a sacarse un collar de cuentas marrones y plateadas, “para él”, dice, “se lo pones cuando quieras, que sea grande, pequeño, pero se lo pones”. Yo asiento y agradezco. Y el flamenco vaquero se va por donde ha venido, doblando las piernas con su cante dolorido.
En el silencio de la cala nos quedamos suspendidos, el mar va y viene meciendo las barcas. Bebé en el limbo y servidores cosiendo el orlo del viento con sonidos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

El paraíso

“Está bajo los pies de las madres” dice Abdel del otro lado del teléfono. “¿Qué?”, le respondo confundida por las interferencias urbanas. “El paraíso”, repite, “está bajo los pies de las madres”.
Más tarde camino con este marroquí bello como un dátil, él pasea sus huesos a mi sombra y da unos saltitos femeninos mientras levanta la capota del cochecito de mi hijo y se explica con timidez , “si te parece, para que no le dé el sol”. El paraíso está bajo los pies de las madres y este musulmán es de esa especie rara de hombres que tienen el útero en el corazón. Tiene manos como llaves y pies como raíces, ojos como bocas y dientes que sonríen a una voz amarga: “dejé a mi novia catalana”, explica, “porque me acusaba de no querer cuidar a nuestro hijo”. Lo raro es que el hijo de ambos todavía no existe y ya se han divorciado por su causa. Entonces, pienso en el paraíso y en el infierno, y me pregunto si las mujeres no llevaremos el infierno en el alma, programado en nuestras células cristianas. Machista, golpeador, bebedor y, como todos egoísta, si es moro mucho peor. Mi amigo me muestra las manos y son blancas. Aunque su novia catalana las vio negras, oscuras y mal encaminadas. Qué pena. Que el paraíso quedando tan cerca nos encuentre tan fastidiadas.

sábado, 25 de octubre de 2008

Indias

Recogí las tazas, lavé los platos y amamanté a mi bebé.
Entre cacerolas y abrazos vuelven imágenes de una guerra silenciosa, ganada a machetazos sobre tu-mi piel... ahogadas en charcos de olvido, de ignorancia y de maltratos fuimos haciéndonos indias. Íbamos del brazo y éramos cientos, miles, millones desde el principio de los tiempos trayendo y llevando a nuestras crías. Las hembras humanas unidas en una telaraña infinita, hermanas, madres, abuelas e hijas. Todas hemos llegado. Estamos aquí, seguimos vivas y vamos a seguir estando. Cocina tus palabras, inventa el abecedario, señala la vergüenza y haremos algo.
Despierta, despierta si estabas dormida y enciende la antorcha que el camino es largo.

domingo, 19 de octubre de 2008

Infierno blanco

Tu pierna camina y te arrastra con ella. Atraviesas el paso de cebra a enormes zancadas y descubres que no estás muerta como pensabas. Ves claramente a la niña china que sube a su bicicleta y arranca a todo trapo, veloz hacia la otra esquina. Entonces piensas en Charlie y su táctica para estudiar a los sapos, sólo observación y silencio, ningún ruido, ningún movimiento. Decides adoptar su estrategia, si es buena con los animalejos lo será con los humanos. Y corres persiguiendo a la china.
Ella tiene piernas largas y una mini minifalda. Pedalea como una yegua o un caballito de agua, le mete, le mete y casi vuela, mientras tu sacas la lengua y te derrites como una cerda. Corres sin pensar concentrada en su traste blanco hasta que se detiene frente a un cine. Ata la bici y compra su entrada para la sesión que está empezando. Luego, tras ella en la cola, le dices a la vendedora “una para la misma que mi amiga”, y señalas con la mirada la coleta que oscila.
Cuando entras en la sala la oscuridad te inunda. No ves tres en un burro y vas medio tarumba, dando patadas a todo el mundo. Escuchas un “ayyyyy, so bestia, mira por donde andas” y entonces decides sentarte, ahí mismo donde estás parada.
Al poco te das cuenta de dónde estás metida. Es la tercera fila, la sala está repleta y a izquierda y derecha hay un barullo de memos, un montón de chicos granudos comiendo palomitas y otros venenos.
La china no está en escena. Dilatas tu mirada pero nada, no ves nada. Entonces, como una lerda, te das cuenta. Estás detrás de un cuerpo que no entra por la puerta. Un tipo enorme, todo espalda, está sentado en la fila de enfrente y lo que ves no es pantalla, sino musculatura prominente. Vaya, estiras el cuello como un avestruz amargada. Ahí enfrente está la película, recién empezada. Retumba una banda sonora más bien opaca, de las de hacerse caca. Aparecen los títulos y te enteras de qué se trata: Infierno Blanco se titula la cinta, empieza en una sala blanca con una mujer encinta. Estirando el cogote por detrás del monigote consigues seguir la primera escena. La embarazada camina moviendo la panza con cara de pena, recorre un pasillo largo sembrado de puertas. Las puertas están cerradas y ninguna se abre por mucho que lo intente. Parece que busca un trago, algo que llevarse a la boca, con qué llenar el estómago. Finalmente, una puerta entreabierta. Empuja lentamente y aparece esta escena: una hilera de camillas, con hembras de piernas abiertas y algunas en cuclillas, con los ojos abiertos, los puños cerrados, los dientes ajados y las bocas blasfemas gritando por todo lo alto como perras. Hay varias que están de costado, con cables conectados a máquinas eléctricas, son las hijas de la ciencia. Del otro lado, una que ya ha dilatado está siendo observada por un ginecólogo angustiado. El tipo mete la mano en el orificio sagrado para medir la salida, no vaya a ser que el producto salga malogrado. Entonces la parturienta suelta un estornudo y al médico se le encalla la mano, se le queda el puño hecho un nudo en el útero atascado. Grita el muy desgraciado “!!!!cuidado, cuidado, el cordón ha prolapsado!!!!” mirando el monitor y agitando el otro brazo. Entorno revolotean otras manos, enchufando, atando, remezclando líquidos y preparando el traslado para una cesárea de urgencia. La protagonista está petrificada, con ojos de buho trastornado y una cara de trágame tierra, apenas consigue mover las piernas. Cuando finalmente cierra la puerta, el ginecólogo sale disparado, corriendo tras la camilla con la mano atrapada en la vagina.
Atrapada en esta escena te has quedado como lela. Casi olvidas a la china y a tu hijo que espera la cena. Entonces, el gordo se despierta de un ronquido y cambia de costado, y tú te quedas sin película, con el cuello atenazado.
Buscas en la sala y no encuentras a la china, que de pronto se ha esfumado. Estiras la pata entumecida y corres hacia la salida, mirando a todos lados. Cuando atraviesas la puerta, el aire de la city te golpea en la jeta y te trae acentos raros, swajili, aragonés e inglés entremezclados con el pitido de un carro y un vendedor de cigarros. La bici ya no está y la china está perdida. En tu reloj dan las cinco menos cuarto, te queda un rato. Calculas mentalmente y decides volver al chino, a ver si tienes suerte. Tal vez sea esta tarde, la de los muertos vivientes.

miércoles, 15 de octubre de 2008

La razón de mi vida

Llega un dato español
y empuja el límite
provocando estupor:
¿qué está bien y qué es peor?
Hay razones para ser padres
y sinrazones
comezones del desamor
saltos al vacío
químicas infecundas
y otras, qué sé yo...
Quiero un hijo para no ser menos
para ser mujer
o varios para ser hombre
Quiero un hijo para envejecer
sin pisar el geriátrico
y promover
mi escalada hacia el ático
Quiero un hijo que me dé sentido,
que me otorgue estatus...
no ser cualquiera,
sí una señora con poder
de explicación, de nomenclatura,
un señor con límites claros
Quiero un hijo para musicalizar
mi nausea sideral
y jugar a las muñecas,
tener domingos ocupados
y que me chupen la teta;
para ser por una vez
un héroe fantástico,
la más bella del planeta
Quiero un hijo
para dar a entender
que he pasado por la tierra
y no soy noble ni Nobel,
ni Serrat, ni el President
pero sirvo para algo
Quiero un hijo y lo quiero ahora
sano, bello, orgullo llano
para amar a su hermano
y unir nuestras manos
hombre,
mujer,
un hijo para soñar
lo que nunca soñamos
Y si lo vienen a buscar
pintaré mi corazón
en la huella
de su

lunes, 13 de octubre de 2008

Olas de madres

Has visto una familia nacer a su letargo y ahora lloras. Lloras porque queda tanto, sí, para cambiar esos lugares en los que se exhibe la humanidad en toda su crudeza, desnuda, hambrienta, descaradamente ajena a su propia desolación. Las señales que llegan a través de las antenas muestran la realidad en su costado más aterrador y cambiante, a la velocidad de un coche de carreras. Hoy se estampó Heider, un líder austriaco de la extrema derecha, con su coche a todo motor. Corría porque iba al cumpleaños de su madre octogenaria. Mientras, del otro lado del globo unas niñas del Yemen obtuvieron el divorcio a sus once años. El mundo hierve como una batidora de conflictos, cambios, saltos y brincos.

Y ahí estás tú y aquí estoy yo.

Aquí estamos nosotras intercambiando nuestros paños mojados, nuestras lágrimas en privado hechas un grito mayor porque si es publicitado, en los días que corren, parece ser multiplicado. Y mira qué silencio. El viento nos acompaña, madre, en nuestro dolor. Y sin embargo, cientos o miles de personas reciben tus alaridos, mis cantos, nuestra conmoción. Tal vez tus letras trabajen como hormigas en la noche, roan las almohadas de los que no oyen y de pronto, se despierten angustiados por la soledad de sus cunitas de plástico. Tal vez, tus letras resuenen algún día como un buen tango.
O quizás, el ron ron de la aspiradora, los ruidos de la tele, la cháchara de esos locos repitiendo sus mentiras y suplicando por un puñado de atención cubran todo el silencio y ni siquiera nosotras recordemos de qué hablamos.

¿Crees que puedes cambiar algo?, ¿crees que podemos?... ¿realmente quieres?

¿Llorabas por esa madre y sus hijos que han sido despojados? o ¿llorabas por tu propio dolor?

Lloremos, pues. Que nuestras lágrimas cubran el suelo, las calles, los techos y las pistas de aterrizaje. Que sople el viento y ululen nuestras voces sus gritos guturales a todo color, que a raudales hundamos los coches, los motores, los gobiernos, las bolsas de encaje y las cuentas corrientes.... que se ahoguen todos ellos con el agua de las madres.

Nuestros ríos van a parar a alguna parte. Al mar, al océano. Y los testigos siguen siendo el viento, los astros, las plantas, los árboles y los animales. Ellos permanecen y aguantan el embate del humano atrevimiento.

Después del diluvio nacerá otro tiempo. Un hombre nuevo. Y las hijas que fueron madres recibirán nuestro mensaje de las manos del viento.

jueves, 9 de octubre de 2008

¿Por qué mataron a Dios?

"Lo que no entiendo" confiesa Nora, una niña marroquí a quien ayudo con los deberes, "es por qué mataron a Dios", mientras sostiene el libro de sexto de E.S.O. de la asignatura de Medi, que se imparte en catalán en la escuela pública ibicenca a la que acude.
Estudiamos el fragmento de la imponente obra de Míguel Angel que decora el interior en la Capilla Sixtina, en Roma, parte de sus deberes. La maestra les dijo que se fijaran en el detalle del dedo demiúrgico insuflando vida en el cuerpo de Adán. La verdad es que una, si no le dicen que está insuflando vida, lo que ve es a dos tipos tocándose la punta de los dedos, casi un franeleo ambiguo. Pero no, es Dios creando al hombre. Y si todo esto de la creación y de Dios es un lío para una, imaginemos para Nora, cuyas raíces islámicas florecen en el pañuelo de su madre y en las palabrejas árabes con que ordena a su hermano pequeño que se aparte.
Le digo que a Dios no lo mataron, realmente, que el que murió en la cruz fue Jesús, que decía ser el hijo de Dios. Pero hijos de Dios, profetas, iluminados y guías espirituales han habido muchos, en todas las culturas, de todos los colores y por todas partes. Lo que es a Dios, no lo ha visto ninguno. Nadie le conoce, que se sepa, ni le ha invitado a un desayuno o a una cena.
Nora sonríe. Luego le pregunto si el arte está en la realidad o en la cabeza del artista, y Nora señala la cabeza con su dedo largo. Pasa las páginas del libro a todo trapo y me enseña el Guernika, de Picasso. Otra realidad y otra historia, otro punto de vista, otra memoria.
Me pregunto cómo ayudar a una niña musulmana de once años a digerir el plato de cultura que le están sirviendo, frutas y verduras del tiempo y del medio. Ella contempla las obras de los artistas y luego corre detrás de su hermano pequeño, que corre detrás de un perro, que corre detrás de una gallina que recién ha puesto un huevo. Y aquí estamos, girando en torno al huevo.
¿Todavía creemos que Dios creó todo lo que vemos y que todo lo que hacemos es juzgado por un ser supremo? ¿Se puede educar para una ciudadanía crítica y responsable, pácífica y plural, sobre los fundamentos de la mitología religiosa? Una historia antigua y pesada como una losa, por no decir como una cruz. Sobre nuestro pasado y sus rifirafes aquí y aquí.

lunes, 6 de octubre de 2008

De ambulancia

Estás completamente perdida. Has dado vueltas y vueltas buscando aspirina para paliar el dolor de la cicatriz que estira, pero nada. No hay aspirina y sigues en la calle, sin noticias de Charlie y con tu hijo en casa de tu madre. Hoy has dejado antes la oficina, gracias al dolor en balde, el de la cicatriz que arde. Después de bregar con los informes y las angustias del jefe, al volver de tu segunda excursión al baño con el sacaleches, decidiste que era bastante. Y alegaste un dolor inexpresable, con cara de muerta en vida.
Ya en la calle caminaste a la deriva. Buscabas una farmacia, empujada por el aire descubriste callejuelas sin salida, luego una gran avenida, una calle, otra, todas parecidas. En las esquinas y en los bares, los humanos más dispares pegados al televisor con caras desabridas, frente a la crisis del mundo mundial se agitan como primates. El mundo se derrumba y tú ni miras, absorbida por una idea fija: encontrar a Charlie.
Has empezado a despertarte en la noche moviendo las manos en el aire, dices su nombre, lo gritas. Pero Charlie es un recuerdo cada vez más difuso, sólo hay nitidez en la raja violeta de tu vientre y en tu hijo berreando su comida.
Ahora sigues perdida. Consigues concentrarte y dar un paso, luego otro, mover una pierna detrás de la otra. Repites el movimiento con una cadencia hipnótica, robótica te mueves porque persona no eres. Entonces has vuelto al quirófano y estás levantando una pierna, cuando una contracción te dobla. Te estremeces, abres la boca y emites un alarido que parece de otra, una hembra de bicho que no has conocido. La matrona te mete la mano y revuelve, apretando tu panza como si fueras ganado: "Bueno, mujer, cómo te quejas... ya será menos". Tú la miras rogando por un calmante y te retuerces de nuevo, la contracción ha vuelto como un ciclón o un agujero negro:
- "Aaaooooooaaaaaaaaaaaaaaaahhh".
Tu grito esta vez no es de primate ni de gata, sino de chancha que desangra. "Seguro que cuando te hicieron esa panza no te quejabas..." espeta la comadrona, y estás tan ofuscada que casi le das una patada con la pierna que está enganchada. Pero no puedes, claro. No puedes nada y ahora que estás extraviada esa pierna te lleva medio atontada como un alma atolondrada.
Has llegado a un desvío. Reconoces un semáforo cerca de tu casa. Estás en buen camino. Ahí te quedas parada, aguardas que cambie a verde cuando la ves del otro lado. Ella espera lo mismo, es la joven china con su bicicleta y un blanco vestido. Abres mucho los ojos y balbuceas esperanto. Ella puede llevarte hasta tu buen marido, sabe quién es Dragón Alado y quién mató al abuelito.
El rojo se apaga. Parpadea el amarillo. Sacudes tu pierna entumecida y le ordenas: "camina".

jueves, 2 de octubre de 2008

El fin de las flores

Finalmente, has vuelto al trabajo. La baja no dura para siempre, aunque Charlie no aparezca y aunque tus mareos no cesen, tienes que cumplir, cobrar para pagar boletas.
Hay flores de otoño, las ves por la ventana en el balcón de la esquina, el de la vieja profana. En tu mente reverberan preguntas sin respuesta. No sabes qué pasó con el viejo asesinado, ni porqué tu hombre se ha esfumado.
Lo que sabes todavía no ha sido nombrado.
Son las flores de septiembre, las que llaman a la puerta. Abres con tu mejor sonrisa de empleada, las dejas pasar al despacho y les sirves una infusión caliente. Ellas no sonríen ni tampoco emiten palabras, sonidos o algún significado. Sólo asienten, te miran mientras limpias tus papeles, ordenas cosas antiguas y casos clausurados, archivas, remueves, categorizas lo que te enloquece. Las flores como seres alados con vientres perfumados parecen esperar un signo, una señal que libere el estigma y las conduzca a un feliz estado.
Tú no tienes señales, ni libros sagrados ni leyes de estado. Lo más que tienes es tu útero cortado y tu recién nacido en un piso alquilado.
Entre el último caso archivado encuentras entonces una pluma, de algún pájaro extraviado. La tomas con tu mano e imaginas con los ojos cerrados que cosquillea de tu hijo un costado, luego otro, luego detrás de la oreja dibujando un caracol enroscado. Las flores de septiembre se ríen, cacarean como viejas o como campanas rotas, con carcajadas abiertas y flojas. Tú también estás cacareando cuando el jefe te llama por el interfono conectado: “Señorita, tráigame un valium que estoy angustiado”. “Claro”, farfullas, y con la pastilla sales volando. Al volver las flores se han excitado, ahora están abiertas, como rosas hermosas o claveles clavados: “Uuuuuu, Uuuuu”, ululan como lobas, “el jefe está drogado”. “Shhhh… por favor... que me mandan al carajo…”, pides silencio mirando al despacho donde el jefazo, como un poseso, pelea con su mujer por la tenencia del niño que han hecho y que los ha separado.
Las flores tiritan. Tú tiemblas como un venado. Han llegado las siete y la tarde está calando cuando se abren como fieras y una a una te muestran sus heridas hablando: “un Kristeller, guapa, hazle un Kristeller”, grita una loca y la otra “dale con la mano, una ventosa, lo sacas con la ventosa”, musita una inglesa, “un Hamilton, le digo, a ver si lo acelera” y la otra arranca sureña, “una epi, te digo que una epi y sale resbalando”.
Las voces son gangosas, de dolor amortiguado.
Tú sigues temblando con las manos sudorosas. Entonces apagas las luces y sales del despacho con los pies atravesados, mientras tu jefe sigue en la suya y las flores se marchitan. Abandonas el lugar cejuda, hacia el hogar monoparental vas caminando en tu noche turbia y sabes que no has llegado, pero al menos no estás muerta y seguirás buscando.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Lagartos

Charlie no ha vuelto. Han pasado días de cemento y sigues igual. Bueno, peor. Ahora sueñas con lagartos verdes envueltos en celofán; tú y Charlie los cogéis, al vuelo, en una escena que se repite todas las noches cuando intentas conciliar. Pero es inconciliable, el tormento que sientes con la calma que tienes, cuando bañas a tu pequeño, lo meces, le cantas. Lo zarandeas y bailas con él frente al mundo. Ha conocido la playa, el agua, los árboles y las plantas. Esta mañana vio a un ruiseñor, un pajarito tierno. Ve las puestas de sol sentado como un señor a horcajadas en tu cuerpo. No empezó a gatear pero hace arrastradas al viento y ya descubrió al devorador de arena. Esta tarde comió su papilla blanda como un león y ahora duerme. Mientras, tú repasas las canas que tienes, te ha salido un mechón en la frente. Te miras al espejo y ves tus dientes, tu mandíbula clavada y tu cara, de repente. Eres tu madre. Ella te mira desde el otro lado del espejo y te señala el retrete, luego levanta las cejas indicando las tejas, una telaraña. Una no, veinte.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Mejor por el agujero

Descubro con regocijo que un cirujano lumbrera señala el orificio. Sí, abre las piernas si de apendicitis te operan. Si la grasa te pesa mucho o las amígdalas te empachan, en el futuro que ya es presente, la sacarán por un tubo para evitar lo que duele y lo harán con manos robóticas a través de tus agujeros. Los que trajiste cuando llegaste tal como eras: la vagina, el ano, la boca, redonditos y fecundos. El señor dice muy fresco que es mejor usar agujeros que ya existen en el cuerpo para sacar lo que se quiera. Y a esto yo me pregunto: ¿qué les pasa a los obstetras, ginecólogos y otros demiurgos que insisten en abrir boquetes como si no tuviéramos ya uno?
Curiosea en esta noticia y pregúntale al bestia de turno si ha leído la prensa o sigue pensando que es mejor paciente la que su dolor se calla, se tumba anestesiada y espera a que "la paran" con la vagina hecha un nudo.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Por favor, ¿me abres la esposa?

Tú hace años que no soportas sus ronquidos ni sus pedos largos en plena noche. Él, hace siglos que odia el chasquido que emites cuando estás nerviosa, lo que es muy seguido. Alcanzasteis el perfecto equilibrio evitando roces excesivos y ejerciendo la corrección diplómatica del saludo y la conversación climática. Sin embargo, este verano ha sido distinto: algo en tus entrañas se ha cocido y él ha estado extraño, huraño y agresivo. Siempre mirando enfiebrecido a las mocosas en la playa mientras tú apretabas las piernas bien cerradas, haciendo como que no estabas.
La pareja murió hace tiempo, ya ni recuerdas en qué momento. Sabes que el camino podría hacerse eterno, pero no tienes ni la imaginación ni las ganas para vivir en serio. Así que tejes tus bufandas en agosto y preparas ensaladas de pimientos tiernos. Ahora él está hablando con el morocho que vigila las olas, os defiende de las medusas y pone banderolas. Bien mirado, el negro está que ni pintado. Charlan animadamente y el tipo sonriente te mira abriendo una boca con dientes imponentes. Tejes tu bufanda y afinas el oído, la vista y la cocorota. Indagas a lo lejos y descubres que sabes leer los labios cuando tu esposo gesticulando le pide ligero al mulato: "por favor, ¿me abres la esposa?

¿Qué hacer cuando los años de convivencia blindan nuestra sensibilidad romántica, bloqueando la tensión erótica y convirtiendo el sexo en un espejismo? Desastres, anécdotas y trucos para seguir vivos.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Cyber Kat

Estás sentada frente a una pantalla en el Cyber Kat, un ciber café donde puedes conectarte y disfrutar de compañía felina a medio euro los diez minutos. Claro, no es barato. Pero adoras codearte con los gatos, más si son asiáticos y puedes navegar un rato. El local es de unos nipones, está decorado con líneas minimalistas y blancos almohadones. En la sala hay pocos clientes y media docena de gatos que se pasean con la cola en alto. Uno de ellos, con un ojo cual pirata manchado, arquea sus bigotes mientras se frota contra tu espalda ronroneando. En una de las paredes hay un cartel colgado, con decoraciones de flor de manzano: “Si corres, no llegarás nunca”. La música zen te ha relajado y, por fin, te pones. Encaras la búsqueda del “dragón alado”, con la tarjeta del Xao Lin en la mano. Después de unos segundos, el buscador te muestra una ristra de opciones, puertas que indican un sentido: bordados en hilo de seda y pedrería con formas de dragón alado, inciensos de mirra y mirto con el bicho dibujado, estampados, seres animados, perfumes, diccionarios mitológicos y marcas de petardos. Todo se refiere al dragón alado, pero nada te lleva al restaurante ni al viejo asesinado. Te empantanas en las miles de ventanas y descubres, eso sí, que el dragón alado es un ser inventado por chinos, nipones y coreanos, que se disputan la paternidad y el origen real del bicharraco. Como sea, no tienes tiempo para perder ni tampoco un centavo. Tu hijo se comió su compota, finalmente lo has logrado, pero no durará mucho sin proferir un grito de leche a los oídos inocentes de tu amable vecina. Apuras tu café con leche y cuando estás sacando la billetera, llega una tipa afectada con los ojos como bolas, “el Paco mató a la Trini, el Paco mató a la Trini”, vocifera. El nipón que está a cargo la observa detenidamente y le pregunta con calma a qué se refiere. Ella explica entre sollozos “Mi gata, mi gata, el Paco la mató a palos porque le di una lata y me la metí en la cama…”. La mujer llora con el rostro entre las manos y tú te acercas para secarle los mocos. Explica que el muy bestia estaba celoso y la quería toda entera, como una geisha, empleada o negra que hiciera lo que él quisiera. Escuchas el relato alucinada y piensas en tu Charlie, tan modesto y buen hermano lavando platos, cambiando pañales y besando tus omoplatos. Sientes una punzada en tu corazón angustiado y vuelves a lo que estabas. Al llegar a la pantalla encuentras a Pirata, el gato del ojo negro, paseando en el teclado como Pedro por su casa. Lo espantas con dedos de nácar y él te mira travieso, sentadito y atento al lado de tu taza. En la pantalla nuevas ventanas y caminos se han abierto. En grandes titulares lees que en China la política demográfica ha creado un desconcierto, las mujeres son abortadas, abandonadas y asesinadas, vendidas y borradas de debajo del cielo para tener la oportunidad de que nazca un varón, ya que un sólo vástago permite el gobierno. Así, nacen pocas mujeres, se han vuelto muy selectivas y escogen maridos ricos, rentables y apuestos. Pobres y campesinos no ven una hembra ni en sueños.
Luego otra ventana te cuenta de este entuerto: progenitores furiosos porque la leche china está infectada y ya son miles los niños enfermos. Lactantes diminutos mueren de mal de riñones por un defecto de fábrica, en el gigante amarillo los niños no están seguros ni los piratas se están quietos. La última ventana te muestra esta perla: con las pasadas olimpiadas aumentaron las cesáreas porque las chinas ansiaban parir en fecha tan señalada, augurio de gran fortuna e importancia.
Con semejantes noticias te quedas atontada, un trabajo de chinos descifrar tanta burrada y tanta cosa mezclada. Pagas tu euro y medio y lo saludas a Pirata con un beso en el entrecejo, entre la ceja negra y la ceja blanca. “Mira que eres atrevido…” le dices al amado bicho, tu Cyber Kat preferido. Luego sales a la calle en plena mañana, la niebla cae sobre la ciudad atestada de hombres, mujeres y niños. En el cielo se oye un estruendo y circulan varios aviones, tienen alas de acero y morros respingones, lo que no tienen es brújula para guiar sus motores.

martes, 16 de septiembre de 2008

Tú, el otro

Mientras mi hijo duerme su borrachera de teta, leo con desagrado la evolución del episodio de discrimación que viven los niños de los colegios madrileños del San Roque y el Cristóbal Colón. El primero, bastión de los gitanos, y el segundo, refugio de los payos, han visto sus intalaciones permutadas. El estigma viaja con los niños, donde van los gitanos va el San Roque, y donde van los payos va Cristóbal con su dedo señalando: "gitanos, gitanos, que no salgan al patio". Es un grito de guerra viejo como el miedo atávico a lo desconocido y extraño. Y así, vamos escribiendo nuestra historia los humanos. Si el otro es oscuro, pequeño, gordo o larguilucho, si es distinto, no lo quiero. Si habla raro, come mucho o tiene bigotes, que juegue lejos y no me toque. Así, nos vamos educando y creando barreras, agujeros y trincheras donde se acumulan los pedrotes.
Recuerdo cuando de pequeña, siendo hija del colectivo sudaco, tenía un lugar junto a los últimos de la fila y los rezagados. Tontos, feos y marginados. Entonces yo era el otro y por creerlo me llevaba las asignaturas a septiembre, escribía fragmentos desaliñados y creía que nunca sería nada, por no ser que no quedara. Luego, por causas mayores, pasé del otro lado y me convertí al otro bando. De mi experiencia en cada lado me quedó algo claro, el otro es un espejo que proyecta siempre tu rostro reflejado.
Imaginad la diferencia y tendréis niños enfrentados. Contadles que son iguales y se tenderán la mano. Los gitanos no irán al cole si no los sacan ni al patio y los payos morirán horrorizados de perder su estatus. Y cuando lleguen a adultos, protagonizarán su réplica patética hasta los dientes armados.
Imagina que eres el otro y lo serás, tarde o temprano.
Rastrea esta trifulca aquí

domingo, 14 de septiembre de 2008

Arroz Xao Lin


“Arroz Xao Lin está bien”, eliges tu cena sin pensar, mirando fijamente el candelabro con forma de dragón alado que descansa sobre el mostrador del restaurante chino. La china que te atiende es la misma que te respondió al teléfono con voz aterciopelada y te liquidó rápidamente cuando le preguntaste por el dragón. Ahora evitas hablar de ello, pero quieres sonsacarle unas palabras. “No entiendo”, te responde cuando le preguntas qué quiere decir “Wo bu ming bai”. Repites de nuevo la frase, vocalizando bien. “No entiendo”, insiste achinando sus ojos almendrados. “Pero, eres china, ¿no?”, inquieres desconfiada. Ella te clava una mirada inescrutable y afirma fastidiada “Wo bu ming bai queler decil no entiendo”. “!Aaaah!”, exclamas aliviada, “menos mal”. Luego dices, “She wan”, la segunda frase de la niña rosada. Ella mira el reloj y levanta una ceja pintada: “casi diés”. “¿Qué?, ¿casi diez qué?”, respondes excitada, la china te está volviendo loca, no entiendes qué quiere ni qué le pasa. Piensas que son diez las gambas o los minutos para que lleguen a tu boca. “Quelel sabel hola, casi diés. No talde…”, empieza a irritarte la conversación, así que le repites de nuevo la pregunta, impaciente: “¿Qué quiere decir She wan?”. Entonces ella cierra su bloc bruscamente y retira los platos del segundo comensal, que no vas a usar. Luego desaparece con pasitos diligentes y nerviosos detrás del mostrador, le cuchichea algo al hombre que está sentado frente a la caja y se mete en la cocina.
El hombre de la caja, chino también, se acerca con una mano tras la espalda. Lleva un bolígrafo en el bolsillo y en el ojal una aguja dorada atravesada con un dragoncito esculpido y una piedra verde cual ojo encendido. Estás mirando el dragoncito cuando te dice “¿Señola?” inclinándose levemente. Tartamudeas algo parecido a una excusa y finalmente le formulas la pregunta. “Es talde, She wan quiele decil es talde”, te aclara rotundamente. “Ah, gracias…”, farfullas abochornada. El chino te deja con tu respuesta y la cara embobada. “Para eso tanto misterio”, piensas, “no me entendía y se le hacía tarde”. Estás empezando a creer que no hay mensaje cifrado, ni pistas, ni huellas ocultadas. Tal vez tiene razón tu madre… Charlie se esfumó con la rubia de las tetas operadas. Lo de la comisaría, toda esta historia… no es más que una banal excusa para dejarte tirada.
Tu estómago está que arde cuando llega el arroz Xao Lin, con gambas color rosa y vegetales poco fiables. Agridulce es tu cena, amarga la ausencia y la escena. Nadie te mira y nadie te busca, mientras cuentas las gambas una a una. Son siete… menos que siete, seis y media porque una está chunga.

En estas andas cuando vuelves al mostrador y al candelabro que allí descansa. Dos velas, dos llamas encendidas bailan en el aire. Miras la puerta que se cierra y que se abre, trayendo brisa, bocanadas y desaires, hace oscilar las llamas a la derecha y a la izquierda. Resisten la ventisca y se hacen pequeñas, celulares, luego en la calma chicha se ensanchan, se enlazan, se funden consumiendo el aire que cuece y el oxígeno que las mece.
“Charlie…”, musitas. Frente a ti su silla vacía y ninguna palabra.
Empiezas a rascar la mesa con las uñas sucias de manzana rallada. Quieres encontrarle pero te duelen las piernas, el cuello, la espalda y los dorsales. Tu hijo coge peso día a día como el mejor de los lechales. Tú disminuyes, te consumes, diminuta. Entonces abres la boca para que circule el aire y el chino te mira, asiente y gesticula. A los pocos minutos se aparece con la cuenta en un platito con dibujos de gatos. Son felinos de oriente, con bigotes largos y poco corrientes.

Pagas muy calladita y te despides cortésmente, mirando el candelabro. Entonces abres la boca y el aire que sale dice muy claramente “Ye she long da tian”. El chino se detiene, petrificado. “Dlagón del Cielo mulió tlistemente”, murmura. Algo tiembla en el ambiente y sus ojos son prímulas incipientes. Llora en su voz la simiente y cuando te tiende una tarjeta, sabes que no miente. Lo que no sabes es quién es Dragón del Cielo y dónde acabó tu príncipe valiente.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Sigue buscando


Vuelve a rechazarla. Tu hijo no quiere saber del puré de pera, ni papilla ni nada. Intentas encajarle la cuchara pero rebota la crema, chorreando por su barbilla y empapando el babero. Son pasadas las nueve, acaba otro día de una semana cualquiera en la que tu marido tampoco ha vuelto, no apareció a pedazos en ninguna heladera ni muerto en las noticias de la tele, ni en la comisaría ni en los hospitales ni en los burdeles de la city le han visto la jeta o el culete .
Nadie te cree cuando explicas que es por el crimen del chino, que fue entonces cuando empezó el desatino. Creen que inventas esa historia para esconder que se fue con otra y que te haces la loca, porque siempre has sido medio idiota.

Como sea, pegadas en la puerta de tu nevera están tus pistas hasta la fecha. Las palabras de la niña china, básicas y primordiales, siguen siendo el gran enigma. Las repites, las escribes, sin ningún sentido. Al lado del chino ya no vive nadie, no salen ni entran y espías durante horas en balde. Parece que a la niña se la tragó la tierra, que se mudaron a otra parte. Tendrías que ir al restaurante... buscar ayuda, salir a la calle.

Pero como suele pasarte de un tiempo a esta parte, a estas horas estás medio muerta, de sed y de hambre. Has dado ya la teta pero arremetes con la cuchara a ver si a tu hijo le gusta la papa y te suelta un poco la pechanga. Necesitas tiempo y espacio para encontrar a Charlie, fuerza, concentración, enfoque. Entonces enfocas tu mirada sobre los pies de tu bebito en la hamaca. El color de la tela te recuerda el sueño de esta mañana, sangrabas como una perra, menstruabas a tus anchas mojando el suelo con jugo escarlata. En la marea iba y venía una luna roja con alpargatas. Charlie cosía cortinas y cocinaba lentejas, mientras tú descifrabas el misterio de las microparejas. Mucho más lejos, en algún recoveco, respiras tú y respira él, ese era el sentido perfecto. Y mientras respiras, te agarras a Charlie y no le dejas.

- pum pum, pum pum, pum pum...

Tu corazón bombea y el oxígeno te trae noticias. Está vivo. Está que truena. Y quiere hablar contigo.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Osho mil veces te amo


Está recogida en El Sendero del Yoga de Osho, maestro espiritual original y atípico, que no atópico ni utópico, una historia sobre el odio filial y la hipocresía que suele moldear las relaciones entre padres e hijos.

La historia en concreto es de Khalil Gibran y cuenta que una noche, una madre y su hija se despertaron repentinamente a causa de un ruido. Ambas eran sonámbulas y cuando se escuchó el estruendo en la vecindad caminaban dormidas por el jardín. Turbadas por el ruido, se enfrentaron con furia aún sumidas en el sueño: “A causa de ti, perra, a causa de ti, perdí mi juventud. Me has destruido. Ahora todo el mundo que viene a casa te mira a ti. Ya nadie se fija en mí”, le gritaba la madre verde de envidia y de celos. La hija, por su parte, le respondía: “Eres un mal bicho. Por tu causa no puedo disfrutar de la vida. Eres un estorbo, un obstáculo que hallo en todas partes. No puedo amar, ni disfrutar…”.
Y de repente, a causa del ruido, ambas despertaron.
Y la madre dijo: “Hija mía, ¿qué estás haciendo aquí? Puedes resfriarte, entra en casa”. Y la hija respondió: “¿Y qué haces tú aquí afuera? No te has encontrado bien y la noche es fría. Ven madre, acuéstate”.
Despiertas, ambas volvían a colocarse sus máscaras hipócritas, ocultando sus pensamientos y sus sentimientos más profundos. Pero en los sueños, como en las expresiones artísticas, el subconsciente fluye revelando aquello que nuestro yo social y consciente reprime.

Esta historia me ha recordado una vez que, siendo yo una niña, escribí en mi diario personal las palabras “mami, te odio”. No recuerdo la causa precisa de tan brutal declaración, ya que mi memoria forajida logró escamotearla. La cuestión es que mi madre revisaba mis cosas, cuadernos, cajones y bolsillos, como suelen hacer impunemente algunas madres en busca de quién sabe qué costumbres perniciosas. Y así descubrió mi secreto y se armó una escena italianísima, en la que ella ofendida y dolida me reprochaba entre gritos “¿cómo has podido hacerme esto?”. Después de aquello se instaló entre nosotras un silencio distante, una mezcla de estupor y desconfianza. Luego, con el tiempo, olvidamos lo ocurrido y se guardó en un cajón.
Y así, en una infinitud de cajones, bolsitas, cartas, sobres y cajitas, madres e hijas van acumulando su rencor, sus nimiedades, sus miserias y frustraciones, su despecho, su rivalidad intensa y ese odio inenarrable, esas ganas de librarse de la otra, para poder ser una, la única, la bella, la reina en un dominio total de la energía circundante.
Como sea, después de todo aprendemos a rezar, a repetir cuánto amamos y veneramos a nuestras madres. Cuan ejemplares fueron, cuan abnegadas, generosas, cariñosas y admirables. Y relegamos a la caja negra del olvido las críticas mordaces, los desatinos, los olvidos y las carencias, las cuerdas opresivas, las miradas inquisidoras y los esparadrapos con que cubrían nuestras heridas censurables.
Me pregunto qué pasaría si abriésemos la caja de Pandora con los males de la madre… ¿nos libraríamos finalmente de sus sombras?, ¿podríamos convertirnos, de una vez, en niñas, mujeres y madres auténticas, sin necesidad de decir Osho mil veces te amo?.
Fotografías de F.H. sobre "La penseuse", de Yssy Boyadjiev.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La gata

El ascensor se detiene frente al primer piso. Entran dos sanitarios empujando una camilla donde está extendida una embarazada con enormes ojos negros. Bajáis juntos hasta la primera planta y en el trayecto oyes a la mujer murmurar en francés algo parecido a un rezo. La mujer entorna los ojos, mientras se agarra con fuerza a las varillas de la camilla. Ves sus piernas desnudas y su pubis rasurado tras la bata de hospital abierta. Los camilleros están hablando de Sonia Trapero, una comadrona con un buen trasero. La mujer de los ojos negros parece atemorizada, la escuchas rezar en francés y quieres tranquilizarla. En cambio, preguntas a los camilleros dónde la llevan y qué le pasa. Te contestan que va a cesárea porque es muy pesada, no se entiende nada y la ginecóloga de turno apenas sabe hablar, mucho menos es poliglota. Se ríen los dos por su broma idiota y tú te acongojas. Te acercas a la parturienta y le dices con voz melosa “tout ira bien, ma belle”, unas palabras que aprendiste de una película hermosa. Ella te mira con ojos como lagos, dilatados. Entonces para el ascensor, se abren las puertas y los camilleros sacan a la marroquí con su panzota. Tú vas detrás, silenciosa.
Ya has visto a tu ginecóloga, te hizo un chequeo extraordinario por el desmayo de esta mañana, control de hierro, yodo, presión. Preguntas y respuestas que no revelan nada. Y ahora que estás en el vestíbulo con tu bebé colgado se te ocurre averiguar si tu marido está registrado, a lo mejor lo hirieron y está ingresado. Te acercas al mostrador y abordas a la administrativa con el mejor peinado, una rubia latina con los ojos pintados. Ella chequea gentilmente la computadora y te asegura que no hay Charlie en la pantalla ni en los hospitales de la zona. De pronto irrumpen en la entrada una mujer argentina y su marido colombiano que grita, profiere agitado “¡que viene!, ¡que viene! ¡Está llegando!”. La parturienta se ha recostado, a su alrededor revolotean varias enfermeras y el taxista, con el bolso en la mano, descolocado. La argentina respira concentrada y su marido la mira extasiado. No puedes soportar la escena aunque estás hipnotizada y sabes que ella puede, puede si quiere y está serena. “Está coronando”, dice una enfermera al pasar a tu lado. Te sube un vomitado. Sales como puedes y te sientas afuera, frente al acceso hospitalario. Respiras con aliento entrecortado aferrando a tu bebé entre los brazos, mientras los gritos atraviesan la puerta giratoria. Sientes el pecho apretado, una opresión pringosa y honda, como de hielo y asfalto. Respiras profundamente equilibrando tu estado y reparas entonces en una joven española, otra en interesante estado. Está de muchos meses, tiene un vientre abultado de piel reluciente, los hombros tatuados y el tobillo rodeado por una serpiente gruesa con aletas de pescado. Estás mirando el dibujo mientras escuchas su relato “si se pasa de peso, me la sacan a la 38”, dice con gesto resuelto. Te retumban los sesos y vuelven las arcadas, como un mar revuelto y mezclado. Entonces te meces, le meces, cierras los ojos y sueñas con volver al pasado. Cuando contabas las semanas con Charlie al costado, él te besaba los pies y tú le acariciabas la mano, ronroneando esperanzados. Quieres agua caliente para olvidar lo que sientes y sólo encuentras granizado.
Ha caído la tarde y la hora corta es de un gris tamizado. Tu hijo lloriquea, olisquea tu blusa y se mueve impaciente. Reclama su leche, así que bajo el cielo que anochece y entre voces extrañas le das su ansiado bocado. Con la teta en la boca el bebé te arrastra a vuestro vals de enamorados. Entrecierras los ojos, como una gata o una fiera, como un ser humano. A cada trago que succiona, a cada beso que te roba, renace tu loba. Estás medio borracha, en ese divino estadio, cuando ves pasar una cosa vestida de rosa. La chinita del local clausurado cruza pedaleando veloz el parking hospitalario, casi te roza, luego gira y desaparece tras las verjas. Tú has abierto los ojos y los tienes como platos, verde fluorescente como en la noche los gatos.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Rana

“Rara, no sé me siento… rana”, dices estas palabras y la r se te queda atascada en la garganta. Del otro lado de la línea tu ginecóloga parece disconforme: “Sí, claro, es normal. Te tienes que acostumbrar al niño y todo eso, pero, ¿qué te pasa?”. Te gustaría responderle pero te das cuenta de que no puedes, no tienes ni idea de lo que te pasa. Simplemente, no eres la misma. Lo intentas de nuevo: “Tengo una barriga deforme, enorme y flácida. Me siento… mmmmh. No sé… tengo arcadas”. “¿Arcadas?”, tu ginecóloga parece súbitamente interesada, "¿Cuando comes?, ¿cuando tragas?”. Las arcadas van y vienen, a oleadas. Te das cuenta de que la conversación está empantanada, no tiene salida. De pronto estás agotada, improvisas una excusa y te despides hasta la próxima semana.
Cuelgas el auricular y te quedas pasmada. Sobre la mesita descansa el diccionario de mandarín que rescataste del armario de Charlie. Lo coges maldiciendo por no haber entendido nada, la noche pasada buscaste las palabras de la niña extraña y te volviste majara. Un trabajo de chinos descifrar tantos sonidos, símbolos, acentos y vocales largas. Imposible. Caíste derrumbada en la cama hasta esta mañana. Ahora estás estudiando la solapa. Charlie había escrito su nombre con letra estilizada y a un costado, en lápiz, un número de teléfono y una palabra borrada. Te da un salto el intelecto, te agitas excitada. Descuelgas el teléfono y marcas el número. Escuchas el tono reteniendo el aliento. Esperas unos segundos que te parecen una eternidad y cuando estás a punto de colgar decepcionada se escucha una voz vibrante y aterciopelada. “Ristolante Xao Lin”, dice una voz femenina entrecortada por un hilo musical del extremo oriente. “!Hola!” logras articular y luego te quedas callada, con las neuronas aplastadas contra el auricular intentando discernir en qué lugar te hallas y qué es lo que has de decir. “Buenas noches… busco a… a… dragón alado”, no sabes cómo te bajó del cielo un dragón con alas, el que estaba impreso en los carteles del local clausurado. La mujer se queda en silencio, acto seguido berrea algo en mandarín, luego vuelve a atenderte suavizando el tono: “No queler hablar. No queler nada. Dlagón telminado”, resuena expeditiva y cuando vas a contestar tu voz choca con el tono intermitente del teléfono colgado.
Estás tiritando, de pie, frente al recibidor. Has desayunado algo ligero, te has duchado y vestido, tu bolsa está preparada. Sólo falta despertar al nene, que duerme encantado. Repasas los hechos mentalmente, el viejo muerto con el cuchillo en la frente, la llamada de Charlie, el mensaje desde la comisaría, la niña en bicicleta y su críptico lenguaje. Ahora este número y la aparición del dragón alado. La cabeza te hierve y te castañean los dientes. Sientes que te vas a desmayar, lo presientes, y de hecho te desmayas cuando suenan las siete.
Tu cabeza descansa en un charco, no es sangre, ni alcohol, ni carburante. Son las aguas rotas, ni son verdes ni están claras. Te salen por las orejas a borbotones y por las cejas chorrean amnióticas cascadas. Lo sabes porque lo hueles y porque estás dilatada. Tiras de una cuerda y escuchas la voz de tu madre gritando exasperada “venga campeona, que tú puedes” y a tu padre farfullando “vamos, niña, si no es nada”. Entonces tiras con todas tus fuerzas y explota un sonido seco, de dique que cede. Caen las aguas torrenciales y en ellas te sumerges, te bañas como una guarra. Nadas y nadas todo lo que puedes, crowl, brazada, espalda y mariposa por varias veces en una olímpica piscina cubierta de rosas. Estás concentrada aunque creas que no puedes, te sientes cansada. Entonces, en medio de una brazada, ves sus alpargatas. Son las de siempre, rojo escarlata. Charlie corre a tu lado empujando el carrito con tu bebe. Con el rostro deformado y la camisa empapada, Charlie corre, vuela con enormes zancadas. Cada vez que giras la cabeza y abres la boca para respirar le ves la cara transformada, con la lengua colgando y la mirada clavada en tu carrera atosigada. Y entonces lo entiendes, es él, tu hada, tu comadrona y tu puente. Y por eso le amas. Él es tu bella durmiente y tú, su rana.

Salpicaduras transoceánicas


Sarah Barracuda Palin, como solían llamar a esta basquetbolista temible en su adolescencia, muestra sus fauces desde el otro lado del océano. Miss Simpatía, líder del joven movimiento de atletas cristianos, periodista y madre, es ahora candidata a mandamás desde el gran iglú americano. De este lado, los otros republicanos se agarran los pelos y cruzan los dedos. Allá la batalla es cruenta y todos quieren liderazgo, visten chaqueta nueva sea negra o sea hembra, que no sea macho blanco. Aquí sentimos mareos con tanto muerto en estricta observancia de los diez mandamientos. Luego de dictar preceptos con la derecha en el pecho, toca a la izquierda hurgar agujeros con su dedo. Salpicados en pleno tiroteo, nos quedará esperar a la muerte suspirando por la supermamá Angelina. Y no importa si el agujero es por arma de fuego, lo que importa es que tenga curvas el viaje de Morfeo.


Los caminos del César

A la luz de una vela buscando analogías sobre los caminos del César se me ocurrieron éstas:
La cesárea es como cuando vas a pie, caminando, disfrutando del paisaje y respirando pausadamente. Puedes escuchar el trino de los pájaros, acariciar las ondulaciones de la hierba y descubrir las huellas de algún animalito silvestre. Está todo en su lugar, donde tiene que estar, la naturaleza transcurre y con ella tú, el caminante, que sin darte cuenta te has unido armónicamente a tu entorno sincronizando tu pulso, tu respiración y tu latir. Entonces llega un listillo con una 4x4 y te invita a subir, para que llegues antes. Tú gentilmente rechazas la invitación, pero el guapo de la 4x4 no admite tu respuesta. Entonces se baja de la máquina y te lleva del brazo, cuando te resistes te lo tuerce con fuerza, pero aún así, encallas tu pie en la rueda y dices que no, prefieres seguir caminando. Entonces el villano te pega una patada en el culo y, no contento con el resultado porque te has prendido a un árbol, te da una buena paliza, te rocía en aceite, te hace tragar gasolina para que aceleres, te arrastra hasta la portezuela del coche y, cuando estás medio inconsciente, te ata al asiento de pies y manos. Luego te tapa la boca, te cubre la cabeza con su chaqueta y se sube al asiento del conductor diciéndote "ojo con la gasolina que prende fácil", haciendo sonar su mechero.

Cuando llegas a tu destino estás tan confundida, asustada y herida, que necesitas atención urgente. Por fin están los médicos para atenderte. ¡Qué suerte!

En un camino distante, pero parecido, una mejicana del campo se encontró en trabajo de parto y sin nadie que la atendiese. Escuchó su vientre y supo que había algo diferente, su niño no saldría, aunque el sol brillara en lo alto y el campo latiera como siempre. Agarró un cuchillo y se abrió ella sola, en diagonal, con la suerte de dar con el útero al primer intento. Tenía la única anestesia de unos tragos de aguardiente en el cuerpo y aguantó apretando los dientes. Le pidió a su hijo de 6 años que fuera a buscar ayuda urgente. La encontraron consciente, con su niño al lado en perfecto estado. En el hospital se quedaron pasmados, médicos y pacientes, de cómo esa campesina se había hecho a sí misma una cesárea tan exitosamente. Ella dijo que pensó, en caliente, que o morían los dos o los dos se salvarían. Que dios estaba de su lado. Y efectivamente.

Y así. Una cesárea diabólica y deficiente, otra eficaz y divina.
Por suerte, no todos los caminos llevan al césar. Algunas cesáreas abren una herida que se convierte en una puerta hacia la consciencia, hacia la lucha y hacia el crecimiento, que es lo más parecido a la felicidad que nos puede tocar en suerte. Al menos así lo creo y así vivo la mía... pero también hay cesáreas que se convierten en lodos de fango donde las mujeres sufren una lenta agonía de incomprensión y fracaso. Y otras que ganan la partida a la muerte. De todo hay, en las viñas del señor.

Qué pena, eso sí, que nuestros caminos de andar estén infestados de 4x4. Lo único que puedo desear es que las autoestopistas ingenuas, las ilusas y las inconscientes poco a poco vayan despertando con nuestras sirenas de locas dementes. Y las que quieran ir más rápido que se suban a un cohete.

lunes, 1 de septiembre de 2008

El dragón alado

Estás con la cabeza bajo el agua. Sientes el chorro golpear tu nuca y relajar los músculos de tu espalda dolorida por la noche pasada en el sofá. Son las seis de la mañana, tu bebé todavía duerme y tú estás sin energías, tensa y somnolienta. Logras despertar ahora que estás mojada, frotas tu cuerpo con el guante de crin para recordarle que sigues viva y entonces la ves. Ahí está, rosada y algo henchida. Un tajo horizontal sobre el pubis, bajo la línea del bikini, por el que llegó tu bebé. Bajo el agua los sonidos del quirófano llegan distorsionados una y otra vez: “uy, es enorme”, “estaba mirando las estrellas”, “¿por qué lloras, mujer, si está todo bien?”… Y más tarde repeticiones difusas de indicaciones y quejas entre colegas por la pesadez del trabajo. La ginecóloga da comandos con autoridad, resuena su voz distante. Mientras, el anestesista te acaricia la frente y tú le dices “te amo”, eternamente agradecida por explicarte lo que pasa ahí abajo.
Pasas noches hirvientes en una habitación compartida con una madre convaleciente. Enfermeras que van y vienen. Te duelen los dientes y hueles a medicamento, a llanto y a moco amargo. Aunque duermes casi siempre, cuando despiertas ahí lo tienes a tu hijo, envuelto y bien arreglado. Pasan los minutos y sigues bajo el agua caliente. Entonces Charlie se sienta en un taburete en una esquina del baño. Cuando corres la cortina él te mira de arriba abajo y lo que ve es lo que sientes. Mujer rota, abierta y hecha un estropajo. Su mirada se ensombrece y te confirma lo que habías temido: no eres ya una sirena, la mujer más bella, sino algo indefinible, un ser amputado, resquebrajado.
La mirada incómoda de Charlie está pegada a los azulejos cuando te cubres con la toalla y le pides que se vaya. Él asiente, sale en silencio del baño arrastrando los pies mientras tú te secas con cuidado, para no hacerte daño. Limpias las gotas de sangre que dibujan en el suelo un caracol malformado y tiras las toallas sanguinolientas al cesto de la ropa sucia. Después caminas pasito a pasito hacia el otro lado.
Del otro lado está el pasillo solitario de vuestro departamento recién amueblado. Ahora son casi las siete. Tienes que correr, salir volando para llegar a tiempo al trabajo. Desayunas a todo trapo y lo envuelves a tu bebé en el manto granate, antes de salir te aseguras de llevar todo lo necesario: sacaleches, babero, toallitas, cambio de ropa, pañales, galletitas. Con todo debajo del brazo bajas las escaleras de vuestro edificio y te sumerges en el aire fresco de la septiembre. Son apenas pasadas las siete y la mañana se arrastra con flojera, la gente deambula con aire penitente, vuelven cabizbajos al trabajo. Tú caminas decidida hacia el chino donde compráis las velas, los cubos y los trapos, a dos esquinas de tu casa, frente a un mejicano. Cuando llegas al establecimiento descubres que está cerrado, tal y como te había dicho Charlie. Un gran cartel descansa a un costado: “CERRADO POR DECEPCIÓN. HERMANOS YIANG” y otro más pequeño un poco más abajo donde se puede leer “CORREO AL LADO”. Te llama la atención un pequeño dragón alado que está impreso en ambos carteles, abajo a la izquierda. Te preguntas si la decepción será por la defunción del viejo con el cuchillo clavado… imaginas que algo tendrá que ver y te detienes frente a la puerta de al lado. Hay una entrada estrecha pintada de verde y un pasillo largo, con al fondo una portezuela entreabierta por donde asoma la rueda de una bicicleta. No sabes qué hacer. Cuando estás buscando un bolígrafo para escribir una nota intuyes que la bicicleta se mueve y ves aparecer a una silueta vestida de rosa. Una chica recorre el pasillo empujando el aparato y se acerca hasta la salida, donde tú estás plantada con la nariz tendida. Luego abre la puerta, saca la bicicleta, te mira distraídamente, pasa la pierna por encima del sillín y se acomoda la mochila. Tendrá doce años, como mucho trece. Ojos achinados y zapatos blancos. La miras expectante y cuando está por encaramarse a su caballo metálico le dices “Oye, perdona…”. Ella se detiene, te mira y apoya el zapato plano en el pedal. “Es que mi marido… bueno… a ver… le estoy buscando”. La china no mueve ni un músculo de la cara. Tú insistes: “El lunes… vino el lunes y no ha vuelto… ¿Qué ha pasado?”. Ella te observa inexpresiva. Entonces pones tu mano sobre el freno y repites la pregunta: “¿Qué ha pasado?”. Ella mueve la cabeza a un lado y entorna los ojos como un pájaro atrapado. Duda, balbucea algo. “¿Qué?”, inquieres, “Dime… vamos, ¿qué ha pasado?”. “Wo bu ming bai”, dice en un lenguaje secreto para tu entendimiento mediano. Es chino, mandarín o qué carajos… Te pones delante de la bici y le explicas que estás buscando a tu marido, que hace dos noches que lo estás esperando. Ella te vuelve a mirar con ojos indescifrables y dice “She wan”, mostrando claramente que quiere que te apartes. No te mueves. Entonces tuerce un poco el labio inferior y ves una sombra, y luego otra, oscilar sobre su rostro adolescente. “Ye she long da tian”, dice. Tú estás a cuadros, maldiciendo todas las veces que Charlie te propuso estudiar mandarín y te negaste. Alegando como alegabas que no tenías tiempo... Ahora tampoco tienes tiempo y sin embargo pasarías una eternidad en esta búsqueda infame por encontrar a Charlie, antes de que sea demasiado tarde. La adolescente mueve el manillar impaciente y justo cuando estás apartando tu mano y haciéndote a un lado te mira directo a los ojos y te dice “Mu” con una voz que te parecería quebrada si hablaras el mismo idioma.
Cuando la ves desaparecer en la esquina ya has memorizado sus palabras y estás buscando en tu cabeza un diccionario. Recuerdas el que usaba Charlie para charlar con los hermanos, el viejo y su hija. Está en el armario, en su escritorio, al lado del manual para cazar golondrinas sin herirlas. Te sientes casi satisfecha cuando retomas tu rumbo al trabajo y estás segura de que esa noche te sorprenderá estudiando. No pararás, te dices, hasta encontrar a tu marido. Aunque sea descuartizado.

viernes, 29 de agosto de 2008

Luna negra

Parece que vas explotar. No puedes respirar, ni pensar, ni sentir nada. Oyes un pitido lejano, retumba en tus oídos un ruido incesante, malsano y tenaz. Estás muerta, te acaban de matar. Las garrapatas han ocupado la luna y no hay sitio para nadie más. Sólo ellas, con sus tenazas clavadas en tu carne, chupando la sangre, habitan el lugar que tú habitaste. Desciendes al subsuelo de tu cuerpo y paseando por tus omoplatos famélicos hay una hilera de insectos de armas tomar: angustia, desasosiego, mal aire.
Entonces lo escuchas a Charlie resoplar. Quiere darte un beso y te respira detrás del cuello, dando claras señales de excitación sexual. Te giras en la cama, te revuelves y finges no estar, no atiendes a sus manos que tantean por debajo de las sábanas ni tampoco respondes a su llamada habitual, un juego desgastante ahora que eres mamá. Charlie quiere más. Seducirte, amarte, volverte a poseer como cuando vivíais en el mar y eras sirena, no esta loca falaz convertida en morena. Te deslizas alejando tu cuerpo resbaladizo por las oscuras aguas del mar. Aguas revueltas donde los desperdicios salen a flotar. Charlie vuelve a las andadas; ahora te está acariciando el pecho y quieres gritar, pero sólo consigues decir “No”, con un hilo de voz inaudible, ineficaz. Entonces repites “No, no quiero”. Te giras una vez más, das vueltas en la cama musitando “No, no, no, no quiero. He dicho que NO”.
Luego silencio. No oyes nada hasta que suena la alarma del móvil, que olvidaste desconectar. Te percatas de la escena: estás sola en el salón, te quedaste dormida con la luz encendida. Charlie no está, tu hijo llora en su habitación y en la escalera del edificio resuenan las voces de un encuentro banal: “Vamos, nena, déjame entrar. No te vas a arrepentir, Papito sabe lo que te tiene que dar…”. Tienes arcadas. Vas a vomitar. Corres por el pasillo hasta el baño y ahí agarrada al váter escupes el alma y las ganas de morir.
Son las tres de la mañana, te dormiste esperando inútilmente a que Charlie llegara o llamara… diera señales de vida. Estás tan nerviosa ahora que no puedes calmar a tu bebé, que se retuerce en tus brazos como un animalito herido, malviviente. Te sientes fatal por haberte dormido, por no haber ido a la comisaría apenas llegaste a casa y comprobaste que tu marido no había llegado, que lo del chino había sido fatal y tal vez, ahora piensas, te arrepentirás el resto de tu vida. “Pero, ¿dónde está?”, te preguntas desesperada, “¿por qué no llama?”, crees que te estás volviendo loca. Ahora lo estás. Loca de atar, desquiciada, atormentada por esta irrealidad que te persigue y esta soledad insoportable. Intentas recapacitar. Charlie no toma drogas, apenas fuma un porrito alguna vez. Tampoco juega ni tiene amigos raros, gente especial. Sois de lo más normal. Tu hermana se cansó de preguntarte que qué le veías a ese pobre chaval, si no era nada del otro mundo, ni tenía dinero, ni un trabajo destacado ni una familia de precio, ni siquiera un cuerpo de gimnasio, por mucho que le pese a él. Siempre pensando en sus golondrinas, las migraciones y el mundo animal. “Qué sé yo, qué tiene Charlie”, piensas. Se te escapa el final en voz alta, la palabra esencial. “Charlie, Charlie, Charlie… ¿dónde estás?” ahora gritas y estás llorando aunque intentas no sollozar para no asustar a tu bebé, que te mira abruptamente calmo, sorprendido. Nunca te vio antes en similar estado. Vuelves al salón donde las luces están prendidas y el televisor oscila rayado. Apagas todo dejando sólo una espía, verificas que el móvil esté conectado y te abrigas en los brazos de tu hijo acurrucado.
Te has recostado y las luces se van debilitando hasta que el salón queda sumido en una tenue penumbra. La respiración regular de tu hijo te mantiene en estado de alerta, vigilante en el submundo al que has llegado. Entonces cuentas ovejas, nubes y luego garrapatas, con el corazón en un puño y las pupilas dilatadas.

Lejos de ahí, en una moderna urbanización recién construida, hileras de departamentos abandonados. En uno de ellos, en la oscuridad inmaculada de la noche mediterránea, una parturienta trae a su hijo al mundo. Empuja sin empujar porque la vida llega como un huracán, no hay quien la pare ni quien la empuje, no se puede acelerar ni cronometrar. En una esquina la partera espera agazapada, en silencio, que la placenta acabe de llegar. Luego cruza la habitación gateando con una linterna entre los dientes y, ahí agachada, escudriña el mapa viviente del recién llegado. En la placenta brillan montes, ríos y torrentes bifurcados que serán interpretados por las lunáticas de antaño.

jueves, 28 de agosto de 2008

Lascivia

“Seguro que se ha ido de putas”, dice tu madre, “no te preocupes”. Estás tirada en el sofá de su salón con las piernas rollizas de tu hijo encajadas en tus caderas como las de un monito. Tu cría sorbe el pecho con ahínco, con una mano se prende a la teta que mama y con la otra juguetea con el pezón de la que está libre. Estás en un estado de profunda relajación, el cuerpo invadido por un hormigueo juguetón. El placer que te recorre no tiene nombre, nadie te contó de esta mamada inocente ni de la mirada de tu hijo tragón amarrado a tu pecho. Es tal su devoción…
“Además”, continúa tu madre mientras dobla la ropa planchada de tu padre, “es más viejo que Matusalén, así son los hombres. Piensan con el pito. Eso lo decía tu abuela, lo he comprobado yo y lo has de saber tú. Ahora estará celoso del bebé y necesita confirmar que es macho, déjale que la meta por ahí… ya volverá el pobre. No sabe hacerse ni un huevo frito…”. No respondes ni mueves un ápice tu cosquilleante panzón. Charlie cocina desde siempre todas las noches, su especialidad es el arroz. ¡Y cómo te pones!... te chupas los dedos en tu imaginación hasta que, de pronto, el corazón te da un vuelco.
No está de putas, piensas. No es maricón ni mujeriego. Es otra cosa… algo pasó en el chino, en la comisaría. Algo serio. Cuando tu hijo termina su mamada te pones de rodillas en la alfombra y marcas el número de la comisaría. Una señorita te responde y te sorprende tanto no escuchar la grabación a la que te has acostumbrado, que te confundes y preguntas por Charlie García. Siempre tuviste un calentón con ese hombre, te ponías lasciva con su acento latino y dulzón. Pero te rescatas rápidamente del calentón holywoodiense y le dices el apellido de tu hombre, que es del montón. “No tenemos registrado a nadie con ese nombre”, te responde la señorita. Y luego se disculpa y te conecta al hilo musical de espera. Cuelgas. Descuelgas. Llamas al móvil, luego a tu casa. Nadie. No está, no ha vuelto. Entonces recuerdas que los martes Charlie va a su encuentro semanal de coleccionistas de tebeos. Luego suelen tomar un aperitivo y vuelve a la hora de cenar con algo bueno para comer: chino, empanadas, cous cous… una vez trajo enchiladas mejicanas.
Está bien. Lo verás luego. Terminas de abrigar a tu bebé con vuestro canguro a juego, una cinta enorme color escarlata que os envuelve a los dos como una díada inseparable, parecéis una masa informe, amorosa unión de dos partes, una bestia adorable y bicéfala, con dos corazones y dos bocas pero sólo dos pies caminantes. Rumias una explicación para tu madre y sólo atinas a decir “Nos vemos el próximo martes”, a modo de respuesta, agradecimiento y saludo. La comunicación con ella es un nudo inextricable. Siempre fue así, desde pequeña sentiste que tu madre habitaba un mundo aparte hecho de muñecas, fregonas y novelas rosas. Apenas logró desprenderse de sus padres, se encaramó a las faldas de tu padre y lo convirtió en un dios casero, amo y señor de su tiempo, sus pensamientos y su trasero. No fue a la universidad, ni a bailar ni a ninguna parte si no era para colgarse de su brazo y sonreír, ensimismada y distante, a todo el que se acercara a hablarle. Tu madre era medio huérfana, aunque tuviera padres. Tus abuelos vivieron sumidos en una búsqueda recalcitrante de posesiones y posición, y los chicos comían lejos, en la cocina con los sirvientes media hora antes. Apenas tuvo besos y se formó en la disciplina de los rezos, las prohibiciones y las máximas morales. Lo que estaba bien y lo que estaba mal para tu madre eran categorías que se te antojaban delirantes, asfixiantes construcciones de la buena familia y el matrimonio santificante.
Ahora la miras y te parece insignificante, diminuta en sus vestimentas de adolescente añeja. Tiene las uñas pulcramente pintadas de color crema y un olor desesperante a melocotón y almendras. La besas en la mejilla, como antes, cuando eras niña. Después le rozas la mano y le murmuras “cuídate, madre”, mirándola con dulzura. Pero tus palabras se te antojan desvaídas cuando, algo melancólica, cierras la puerta y bajas a la calle.
La noche está cayendo con su manto de estrellas. Parece que llueve, pero no, sólo es una brisa húmeda que llega del mar. Caminas por una acera semivacía, transitada por algunos individuos nerviosos y ensimismados. Avanzan como encantados, absortos en sus soliloquios internos. Sobre tu vientre el bebé duerme y tú le calientas los pies entre las manos. Son pasadas las ocho. Seguro que Charlie te sorprende con algún manjar afgano, te dices entre tú y tú, la que desespera y la que no teme. Y aceleras el paso bajo hinchados nubarrones color amianto.