miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Rana

“Rara, no sé me siento… rana”, dices estas palabras y la r se te queda atascada en la garganta. Del otro lado de la línea tu ginecóloga parece disconforme: “Sí, claro, es normal. Te tienes que acostumbrar al niño y todo eso, pero, ¿qué te pasa?”. Te gustaría responderle pero te das cuenta de que no puedes, no tienes ni idea de lo que te pasa. Simplemente, no eres la misma. Lo intentas de nuevo: “Tengo una barriga deforme, enorme y flácida. Me siento… mmmmh. No sé… tengo arcadas”. “¿Arcadas?”, tu ginecóloga parece súbitamente interesada, "¿Cuando comes?, ¿cuando tragas?”. Las arcadas van y vienen, a oleadas. Te das cuenta de que la conversación está empantanada, no tiene salida. De pronto estás agotada, improvisas una excusa y te despides hasta la próxima semana.
Cuelgas el auricular y te quedas pasmada. Sobre la mesita descansa el diccionario de mandarín que rescataste del armario de Charlie. Lo coges maldiciendo por no haber entendido nada, la noche pasada buscaste las palabras de la niña extraña y te volviste majara. Un trabajo de chinos descifrar tantos sonidos, símbolos, acentos y vocales largas. Imposible. Caíste derrumbada en la cama hasta esta mañana. Ahora estás estudiando la solapa. Charlie había escrito su nombre con letra estilizada y a un costado, en lápiz, un número de teléfono y una palabra borrada. Te da un salto el intelecto, te agitas excitada. Descuelgas el teléfono y marcas el número. Escuchas el tono reteniendo el aliento. Esperas unos segundos que te parecen una eternidad y cuando estás a punto de colgar decepcionada se escucha una voz vibrante y aterciopelada. “Ristolante Xao Lin”, dice una voz femenina entrecortada por un hilo musical del extremo oriente. “!Hola!” logras articular y luego te quedas callada, con las neuronas aplastadas contra el auricular intentando discernir en qué lugar te hallas y qué es lo que has de decir. “Buenas noches… busco a… a… dragón alado”, no sabes cómo te bajó del cielo un dragón con alas, el que estaba impreso en los carteles del local clausurado. La mujer se queda en silencio, acto seguido berrea algo en mandarín, luego vuelve a atenderte suavizando el tono: “No queler hablar. No queler nada. Dlagón telminado”, resuena expeditiva y cuando vas a contestar tu voz choca con el tono intermitente del teléfono colgado.
Estás tiritando, de pie, frente al recibidor. Has desayunado algo ligero, te has duchado y vestido, tu bolsa está preparada. Sólo falta despertar al nene, que duerme encantado. Repasas los hechos mentalmente, el viejo muerto con el cuchillo en la frente, la llamada de Charlie, el mensaje desde la comisaría, la niña en bicicleta y su críptico lenguaje. Ahora este número y la aparición del dragón alado. La cabeza te hierve y te castañean los dientes. Sientes que te vas a desmayar, lo presientes, y de hecho te desmayas cuando suenan las siete.
Tu cabeza descansa en un charco, no es sangre, ni alcohol, ni carburante. Son las aguas rotas, ni son verdes ni están claras. Te salen por las orejas a borbotones y por las cejas chorrean amnióticas cascadas. Lo sabes porque lo hueles y porque estás dilatada. Tiras de una cuerda y escuchas la voz de tu madre gritando exasperada “venga campeona, que tú puedes” y a tu padre farfullando “vamos, niña, si no es nada”. Entonces tiras con todas tus fuerzas y explota un sonido seco, de dique que cede. Caen las aguas torrenciales y en ellas te sumerges, te bañas como una guarra. Nadas y nadas todo lo que puedes, crowl, brazada, espalda y mariposa por varias veces en una olímpica piscina cubierta de rosas. Estás concentrada aunque creas que no puedes, te sientes cansada. Entonces, en medio de una brazada, ves sus alpargatas. Son las de siempre, rojo escarlata. Charlie corre a tu lado empujando el carrito con tu bebe. Con el rostro deformado y la camisa empapada, Charlie corre, vuela con enormes zancadas. Cada vez que giras la cabeza y abres la boca para respirar le ves la cara transformada, con la lengua colgando y la mirada clavada en tu carrera atosigada. Y entonces lo entiendes, es él, tu hada, tu comadrona y tu puente. Y por eso le amas. Él es tu bella durmiente y tú, su rana.

4 comentarios:

Atajou dijo...

Mmmmm, me tienes enganchada.
Finalmente no ha conseguido aprender mandarín, pero se ha agarrado a un cabo. ¿Recorrerá el laberinto del Minotauro con él de la mano?

Faustina Hanglin dijo...

Es posible que lo haga, si él es además de su hada, su comadrona y su puente...
tú estás enganchada y yo, intoxicada. Vaya...
hasta verte!
f.

Pruna dijo...

Yo no te digo nada, pero también estoy enganchada. Cada día miro tu escrito, haber si alguna nueva hay, y por fin pego un grito. Bueno, mañana más, espero, aquí me tendrás con el trasero, a la silla pegado, y con la incertidumbre, si a Charli se lo han merendado, o si se ha ido a escalar una cumbre.
¡Pobre “humbre”!.

Faustina Hanglin dijo...

Ja ja ja ajjajajajj!!!
que me atraganto, pruna, si que estás inspirada!!! justo hoy me decía, pero será una chorrada esta de hablar rimada, o es que estoy limada?
buh.
me voy a la playa a ver si veo algo...
f.