miércoles, 24 de septiembre de 2008

Por favor, ¿me abres la esposa?

Tú hace años que no soportas sus ronquidos ni sus pedos largos en plena noche. Él, hace siglos que odia el chasquido que emites cuando estás nerviosa, lo que es muy seguido. Alcanzasteis el perfecto equilibrio evitando roces excesivos y ejerciendo la corrección diplómatica del saludo y la conversación climática. Sin embargo, este verano ha sido distinto: algo en tus entrañas se ha cocido y él ha estado extraño, huraño y agresivo. Siempre mirando enfiebrecido a las mocosas en la playa mientras tú apretabas las piernas bien cerradas, haciendo como que no estabas.
La pareja murió hace tiempo, ya ni recuerdas en qué momento. Sabes que el camino podría hacerse eterno, pero no tienes ni la imaginación ni las ganas para vivir en serio. Así que tejes tus bufandas en agosto y preparas ensaladas de pimientos tiernos. Ahora él está hablando con el morocho que vigila las olas, os defiende de las medusas y pone banderolas. Bien mirado, el negro está que ni pintado. Charlan animadamente y el tipo sonriente te mira abriendo una boca con dientes imponentes. Tejes tu bufanda y afinas el oído, la vista y la cocorota. Indagas a lo lejos y descubres que sabes leer los labios cuando tu esposo gesticulando le pide ligero al mulato: "por favor, ¿me abres la esposa?

¿Qué hacer cuando los años de convivencia blindan nuestra sensibilidad romántica, bloqueando la tensión erótica y convirtiendo el sexo en un espejismo? Desastres, anécdotas y trucos para seguir vivos.

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