A la luz de una vela buscando analogías sobre los caminos del César se me ocurrieron éstas:
La cesárea es como cuando vas a pie, caminando, disfrutando del paisaje y respirando pausadamente. Puedes escuchar el trino de los pájaros, acariciar las ondulaciones de la hierba y descubrir las huellas de algún animalito silvestre. Está todo en su lugar, donde tiene que estar, la naturaleza transcurre y con ella tú, el caminante, que sin darte cuenta te has unido armónicamente a tu entorno sincronizando tu pulso, tu respiración y tu latir. Entonces llega un listillo con una 4x4 y te invita a subir, para que llegues antes. Tú gentilmente rechazas la invitación, pero el guapo de la 4x4 no admite tu respuesta. Entonces se baja de la máquina y te lleva del brazo, cuando te resistes te lo tuerce con fuerza, pero aún así, encallas tu pie en la rueda y dices que no, prefieres seguir caminando. Entonces el villano te pega una patada en el culo y, no contento con el resultado porque te has prendido a un árbol, te da una buena paliza, te rocía en aceite, te hace tragar gasolina para que aceleres, te arrastra hasta la portezuela del coche y, cuando estás medio inconsciente, te ata al asiento de pies y manos. Luego te tapa la boca, te cubre la cabeza con su chaqueta y se sube al asiento del conductor diciéndote "ojo con la gasolina que prende fácil", haciendo sonar su mechero.
Cuando llegas a tu destino estás tan confundida, asustada y herida, que necesitas atención urgente. Por fin están los médicos para atenderte. ¡Qué suerte!
En un camino distante, pero parecido, una mejicana del campo se encontró en trabajo de parto y sin nadie que la atendiese. Escuchó su vientre y supo que había algo diferente, su niño no saldría, aunque el sol brillara en lo alto y el campo latiera como siempre. Agarró un cuchillo y se abrió ella sola, en diagonal, con la suerte de dar con el útero al primer intento. Tenía la única anestesia de unos tragos de aguardiente en el cuerpo y aguantó apretando los dientes. Le pidió a su hijo de 6 años que fuera a buscar ayuda urgente. La encontraron consciente, con su niño al lado en perfecto estado. En el hospital se quedaron pasmados, médicos y pacientes, de cómo esa campesina se había hecho a sí misma una cesárea tan exitosamente. Ella dijo que pensó, en caliente, que o morían los dos o los dos se salvarían. Que dios estaba de su lado. Y efectivamente.
Y así. Una cesárea diabólica y deficiente, otra eficaz y divina.
Por suerte, no todos los caminos llevan al césar. Algunas cesáreas abren una herida que se convierte en una puerta hacia la consciencia, hacia la lucha y hacia el crecimiento, que es lo más parecido a la felicidad que nos puede tocar en suerte. Al menos así lo creo y así vivo la mía... pero también hay cesáreas que se convierten en lodos de fango donde las mujeres sufren una lenta agonía de incomprensión y fracaso. Y otras que ganan la partida a la muerte. De todo hay, en las viñas del señor.
Qué pena, eso sí, que nuestros caminos de andar estén infestados de 4x4. Lo único que puedo desear es que las autoestopistas ingenuas, las ilusas y las inconscientes poco a poco vayan despertando con nuestras sirenas de locas dementes. Y las que quieran ir más rápido que se suban a un cohete.
La cesárea es como cuando vas a pie, caminando, disfrutando del paisaje y respirando pausadamente. Puedes escuchar el trino de los pájaros, acariciar las ondulaciones de la hierba y descubrir las huellas de algún animalito silvestre. Está todo en su lugar, donde tiene que estar, la naturaleza transcurre y con ella tú, el caminante, que sin darte cuenta te has unido armónicamente a tu entorno sincronizando tu pulso, tu respiración y tu latir. Entonces llega un listillo con una 4x4 y te invita a subir, para que llegues antes. Tú gentilmente rechazas la invitación, pero el guapo de la 4x4 no admite tu respuesta. Entonces se baja de la máquina y te lleva del brazo, cuando te resistes te lo tuerce con fuerza, pero aún así, encallas tu pie en la rueda y dices que no, prefieres seguir caminando. Entonces el villano te pega una patada en el culo y, no contento con el resultado porque te has prendido a un árbol, te da una buena paliza, te rocía en aceite, te hace tragar gasolina para que aceleres, te arrastra hasta la portezuela del coche y, cuando estás medio inconsciente, te ata al asiento de pies y manos. Luego te tapa la boca, te cubre la cabeza con su chaqueta y se sube al asiento del conductor diciéndote "ojo con la gasolina que prende fácil", haciendo sonar su mechero.
Cuando llegas a tu destino estás tan confundida, asustada y herida, que necesitas atención urgente. Por fin están los médicos para atenderte. ¡Qué suerte!
En un camino distante, pero parecido, una mejicana del campo se encontró en trabajo de parto y sin nadie que la atendiese. Escuchó su vientre y supo que había algo diferente, su niño no saldría, aunque el sol brillara en lo alto y el campo latiera como siempre. Agarró un cuchillo y se abrió ella sola, en diagonal, con la suerte de dar con el útero al primer intento. Tenía la única anestesia de unos tragos de aguardiente en el cuerpo y aguantó apretando los dientes. Le pidió a su hijo de 6 años que fuera a buscar ayuda urgente. La encontraron consciente, con su niño al lado en perfecto estado. En el hospital se quedaron pasmados, médicos y pacientes, de cómo esa campesina se había hecho a sí misma una cesárea tan exitosamente. Ella dijo que pensó, en caliente, que o morían los dos o los dos se salvarían. Que dios estaba de su lado. Y efectivamente.
Y así. Una cesárea diabólica y deficiente, otra eficaz y divina.
Por suerte, no todos los caminos llevan al césar. Algunas cesáreas abren una herida que se convierte en una puerta hacia la consciencia, hacia la lucha y hacia el crecimiento, que es lo más parecido a la felicidad que nos puede tocar en suerte. Al menos así lo creo y así vivo la mía... pero también hay cesáreas que se convierten en lodos de fango donde las mujeres sufren una lenta agonía de incomprensión y fracaso. Y otras que ganan la partida a la muerte. De todo hay, en las viñas del señor.
Qué pena, eso sí, que nuestros caminos de andar estén infestados de 4x4. Lo único que puedo desear es que las autoestopistas ingenuas, las ilusas y las inconscientes poco a poco vayan despertando con nuestras sirenas de locas dementes. Y las que quieran ir más rápido que se suban a un cohete.
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