lunes, 3 de noviembre de 2008

El paraíso

“Está bajo los pies de las madres” dice Abdel del otro lado del teléfono. “¿Qué?”, le respondo confundida por las interferencias urbanas. “El paraíso”, repite, “está bajo los pies de las madres”.
Más tarde camino con este marroquí bello como un dátil, él pasea sus huesos a mi sombra y da unos saltitos femeninos mientras levanta la capota del cochecito de mi hijo y se explica con timidez , “si te parece, para que no le dé el sol”. El paraíso está bajo los pies de las madres y este musulmán es de esa especie rara de hombres que tienen el útero en el corazón. Tiene manos como llaves y pies como raíces, ojos como bocas y dientes que sonríen a una voz amarga: “dejé a mi novia catalana”, explica, “porque me acusaba de no querer cuidar a nuestro hijo”. Lo raro es que el hijo de ambos todavía no existe y ya se han divorciado por su causa. Entonces, pienso en el paraíso y en el infierno, y me pregunto si las mujeres no llevaremos el infierno en el alma, programado en nuestras células cristianas. Machista, golpeador, bebedor y, como todos egoísta, si es moro mucho peor. Mi amigo me muestra las manos y son blancas. Aunque su novia catalana las vio negras, oscuras y mal encaminadas. Qué pena. Que el paraíso quedando tan cerca nos encuentre tan fastidiadas.

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