“Bebé, bebé”, susurra una azafata inglesa pestañeando y echando besos al aire con sus morritos rosados “¿mi das un besito?”. Van pasando una detrás de otra enfundadas en sus uniformes rojos y ajustados, la pelirroja sonríe con todos sus dientes diciendo “¿qué, eeeh, qué bebé? ¡¿mi das una sonrisa, eh, guapo?!”, la rubia pizpireta hace sonar la lengua moviendo la cabeza de un lado a otro mientras se acomoda la chaqueta, “ay, qué hermosura, ¿mi das la mano?…” pregunta; cuando lo toca el niño suelta una carcajada sonora, "!mira cómo ríe, si lo ilumina todo!" exclama la rubia con los brazos abiertos.
Después del aterrizaje, los pasajeros del vuelo a Ibiza, que han resultado ser en su mayoría ancianos de viaje en comitiva, pasan frente a Bebé y saludan haciendo carantoñas, le rozan los dedos, le tocan la punta del pie, dicen algo, aplauden, cantan, sonríen… y caminan a todo trapo para bajar del aparato componiendo un cortejo añejo pero entusiasmado.
Más tarde, reconocemos las playas de la Isla. Recalamos en la Cala Vadella donde el sol hace de prisma y despliega sus colores desde el cielo, tanto brilla que no nos vemos. Con la mano por visera oteo a lo lejos a un tipejo con sombrero de vaquero. El tipo nos ve y cambia de rumbo, hasta nosotros camina dando tumbos. Llega y con su sonrisa revela mil birras pasadas por nicotina. “Ay”, casi canta “he visto al niño y por poco mi da un…”, tocándose el corazón le cambia la cara que se vuelve dulce y agraciada. Entonces entona un verso con ritmo flamenco: “Qué cara más bonita tiene ese niñoooo”. Bebé abre la boca dando saltitos y gritando como un monito. El niño festeja al artista y el artista vuelve al mundo. Al vaquero flamenco le brillan azules los ojos mientras musita “yo tuve una mujer y una niña… una tarde pasó un autobús y se las llevó a las dos… las mató. Así que ni mujer, ni hija”. Luego me pide que le ayude a sacarse un collar de cuentas marrones y plateadas, “para él”, dice, “se lo pones cuando quieras, que sea grande, pequeño, pero se lo pones”. Yo asiento y agradezco. Y el flamenco vaquero se va por donde ha venido, doblando las piernas con su cante dolorido.
En el silencio de la cala nos quedamos suspendidos, el mar va y viene meciendo las barcas. Bebé en el limbo y servidores cosiendo el orlo del viento con sonidos.
Más tarde, reconocemos las playas de la Isla. Recalamos en la Cala Vadella donde el sol hace de prisma y despliega sus colores desde el cielo, tanto brilla que no nos vemos. Con la mano por visera oteo a lo lejos a un tipejo con sombrero de vaquero. El tipo nos ve y cambia de rumbo, hasta nosotros camina dando tumbos. Llega y con su sonrisa revela mil birras pasadas por nicotina. “Ay”, casi canta “he visto al niño y por poco mi da un…”, tocándose el corazón le cambia la cara que se vuelve dulce y agraciada. Entonces entona un verso con ritmo flamenco: “Qué cara más bonita tiene ese niñoooo”. Bebé abre la boca dando saltitos y gritando como un monito. El niño festeja al artista y el artista vuelve al mundo. Al vaquero flamenco le brillan azules los ojos mientras musita “yo tuve una mujer y una niña… una tarde pasó un autobús y se las llevó a las dos… las mató. Así que ni mujer, ni hija”. Luego me pide que le ayude a sacarse un collar de cuentas marrones y plateadas, “para él”, dice, “se lo pones cuando quieras, que sea grande, pequeño, pero se lo pones”. Yo asiento y agradezco. Y el flamenco vaquero se va por donde ha venido, doblando las piernas con su cante dolorido.
En el silencio de la cala nos quedamos suspendidos, el mar va y viene meciendo las barcas. Bebé en el limbo y servidores cosiendo el orlo del viento con sonidos.
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