“Feliz día de la puta”, Charlie te mira con una media sonrisa y los ojos muy abiertos, mientras tiende un plato ovalado con un ave pequeña, a decir verdad mediana, que no aciertas a nombrar. “¿Quéee?”, preguntas incrédula apartando el libro que estabas ojeando, “¿de qué estás hablando?”. “Todavía no te he felicitado, hoy es el día de la puta” aclara tu maridito con un tono francamente cariñoso, “...te he cocinado algo sabroso”. Estás a punto de echarte las manos a la cabeza para mostrarle claramente tu felicidad y tu asombro cuando se escucha un temblor impresionante. Bajo tus pies vibran las alfombras cachemiras, las baldosas, los tuétanos de hormigón y la casa se tambalea, con las paredes derrumbándose alrededor como una chabola de papel. Charlie hace equilibrios para salvar la cena gritando “!Nooo!, ¡¡el pavo no!!” pero el pavo, ahora lo sabes, sale volando por la ventana y detrás de él vuela Charlie con sus alpargatas. Tú aguantas prendida al sofá, con una mano agarras la damajuana y con la otra el libro que te tiene atrapada. De pronto se escucha un sonido de aire, un bufo potente absorbe hacia el fondo de la tierra todo lo que fue tu hogar, destruyendo tubos de agua corriente y cables de electricidad, sillas, lámparas, cientos de enseres y tu precioso ajuar.
Luego, quietud y silencio.
Cuando alcanzas a mirar entre el aire polvoriento descubres que tu mansión se ha pulverizado como un viejo quiosquito de periódicos arrasado por las marejadas del clima trastornado. No queda nada de lo que fue, más que el sofá morado y una lámpara de pie. Tú estás milagrosamente salva, en un paisaje desolado y fantasmal, con tu libro a un costado. A lo lejos se escucha un extraño silencio, de mar embravecido y pájaros volando. Te lames los labios y notas que el polvo está salado, cargado de hierro, carbón y otros sabores pesados. Pata de pavo es lo que estás tanteando sobre el sofá mientras buscas el interruptor para encender la luz. Con una mano encuentras el interruptor y le das, algo descreída. Sin embargo la luz se hace y te encuentras a las mil maravillas. Con la otra mano te agencias la pata de pavo y le hincas bocado.
La cena está servida. Tú estás a la deriva y la heroína de tu cuento todavía no ha llegado, así que abres el libro donde lo habías dejado y te entregas sin reservas al viaje más intrincado.
Luego, quietud y silencio.
Cuando alcanzas a mirar entre el aire polvoriento descubres que tu mansión se ha pulverizado como un viejo quiosquito de periódicos arrasado por las marejadas del clima trastornado. No queda nada de lo que fue, más que el sofá morado y una lámpara de pie. Tú estás milagrosamente salva, en un paisaje desolado y fantasmal, con tu libro a un costado. A lo lejos se escucha un extraño silencio, de mar embravecido y pájaros volando. Te lames los labios y notas que el polvo está salado, cargado de hierro, carbón y otros sabores pesados. Pata de pavo es lo que estás tanteando sobre el sofá mientras buscas el interruptor para encender la luz. Con una mano encuentras el interruptor y le das, algo descreída. Sin embargo la luz se hace y te encuentras a las mil maravillas. Con la otra mano te agencias la pata de pavo y le hincas bocado.
La cena está servida. Tú estás a la deriva y la heroína de tu cuento todavía no ha llegado, así que abres el libro donde lo habías dejado y te entregas sin reservas al viaje más intrincado.
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