sábado, 22 de noviembre de 2008

Caracol

Caminas a oscuras, tanteando con tus dedos temblorosos la superficie húmeda de los ladrillos rosados. Tus pies se deslizan con cuidado sobre escalones de madera vieja con vetas abiertas de las que surgen astillas e hilos gastados.

A pesar de la incertidumbre, de no saber ni ver con los ojos por tanto tiempo cerrados, desciendes por la escalera de caracol a una velocidad sostenida, como si bajar fuera cuestión de estado. Estado de neblina, de incontinencia y de menoscabo. El ritmo de tus pies va etiquetando los escalones que dejas con viejas palabrejas: abedul, pan tostado, tortuga y aceituna son motes que brotan de tu intelecto acongojado. Más abajo, un escalón doblado te muestra un semáforo: amarillo, verde y morado, pase, no pase, frene y sea bien educado.

Tú decides que bajas, con tus largas pezuñas golpeando en el silencio y el hocico mojado goteando chorretes de moco licuado. Cuando de pronto la luz resplandece temblorosa y sorpresiva, puedes ver la escalera que desciende interrumpida, y en una esquina contra el muro, un tramo suspendido sin conexión hacia abajo ni hacia arriba. Ahí está tu bebé perdido: en ese pequeño rectángulo colgado en el vacío, tu hijo, a cuatro patas como buen mamífero, te busca en su agitada espera.

Descubres entonces que el niño no corre peligro. Que sabrá esperarte sin salir del recuadro, protegido del salto al vacío por su instinto divino.

Pero, ¿cómo vas a rescatarle? Los dientes te crecen y las muelas hunden sus raíces en tus sienes. La cabeza te explota de grises y matices mientras remodelas el mundo en tus dedos ausentes. Amnésica estás presente de manera intermitente y tu consciencia va y viene, entre la carne, los músculos y tus células sufrientes. De pronto tus pulgares se ponen a ulular como bichos enroscados, atrapados en una ceguera omnisciente:

-“!!!!Charliiiiiiie!!!!”.

Es un aullido rotundo, la palabra insuficiente para explicar tu dolor de mundo.

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