Han vuelto a atracar enormes barcos en tu costa. Son barcos o sombras, no aciertas a confirmar la materialidad difusa de su perfil tembloroso y fantasmal. Son negros como cuervos y están ahí, detenidos en el mar mientras sopla el viento y arrecia la tempestad.
Las sombras se adelgazan, se estiran como llamas deformes y lamen tu terraza, golpean los cristales de tu casa y se cuelan por las ranuras hasta el interior. Luego aletean y cubren tu cara de niña mojigata. Están turbando tu alma mientras escrutas el resultado de tus entrañas en el detector de orina. Estás embarazada: estuviste con tu chico en la cama, en el garage, en el escondite de la playa. Él te tocaba y te gustaba. Te pidió que le dejaras entrar un ratito. Y tú flotabas, te mojabas por fuera y por dentro.
Ahora el barco está en la playa.
Sabes que no tardarán más que unos minutos y podrás olvidarte del susto. Son médicos eficientes, del norte, que han venido a modernizar España. "No quiero ser la fregona eternamente" piensas mientras sacudes la cabeza para volverte valiente. "Un niño detendrá mi vida, me pondrá de rodillas a limpiar, me condenará a vivir con mis padres o con el Paco... no, !yo quiero triunfar!".
No vas a estudiar ni planificar nada, simplemente saltarás a la fama. La prensa hablará de ti muy pronto. Sin darte cuenta, has ido recogiendo tus cosas. La chaqueta de Zara, las botas simil de Prada, las gafas sesentosas. Estás ataviada con tu uniforme de diva adolescente, lista para salir de casa y demostrarle al mundo lo que pueden las hembras españolas. Tomas el pomo de la puerta y miras el rosario de la Aurora, la abuela aldeana. Luego, la fregona apoyada en una esquina con su cubo de agua. Te despides y en voz alta amenazas: "!tendré un hijo cuando me dé la gana!" antes de cerrar la puerta y salir de casa como una leona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario