lunes, 13 de octubre de 2008

Olas de madres

Has visto una familia nacer a su letargo y ahora lloras. Lloras porque queda tanto, sí, para cambiar esos lugares en los que se exhibe la humanidad en toda su crudeza, desnuda, hambrienta, descaradamente ajena a su propia desolación. Las señales que llegan a través de las antenas muestran la realidad en su costado más aterrador y cambiante, a la velocidad de un coche de carreras. Hoy se estampó Heider, un líder austriaco de la extrema derecha, con su coche a todo motor. Corría porque iba al cumpleaños de su madre octogenaria. Mientras, del otro lado del globo unas niñas del Yemen obtuvieron el divorcio a sus once años. El mundo hierve como una batidora de conflictos, cambios, saltos y brincos.

Y ahí estás tú y aquí estoy yo.

Aquí estamos nosotras intercambiando nuestros paños mojados, nuestras lágrimas en privado hechas un grito mayor porque si es publicitado, en los días que corren, parece ser multiplicado. Y mira qué silencio. El viento nos acompaña, madre, en nuestro dolor. Y sin embargo, cientos o miles de personas reciben tus alaridos, mis cantos, nuestra conmoción. Tal vez tus letras trabajen como hormigas en la noche, roan las almohadas de los que no oyen y de pronto, se despierten angustiados por la soledad de sus cunitas de plástico. Tal vez, tus letras resuenen algún día como un buen tango.
O quizás, el ron ron de la aspiradora, los ruidos de la tele, la cháchara de esos locos repitiendo sus mentiras y suplicando por un puñado de atención cubran todo el silencio y ni siquiera nosotras recordemos de qué hablamos.

¿Crees que puedes cambiar algo?, ¿crees que podemos?... ¿realmente quieres?

¿Llorabas por esa madre y sus hijos que han sido despojados? o ¿llorabas por tu propio dolor?

Lloremos, pues. Que nuestras lágrimas cubran el suelo, las calles, los techos y las pistas de aterrizaje. Que sople el viento y ululen nuestras voces sus gritos guturales a todo color, que a raudales hundamos los coches, los motores, los gobiernos, las bolsas de encaje y las cuentas corrientes.... que se ahoguen todos ellos con el agua de las madres.

Nuestros ríos van a parar a alguna parte. Al mar, al océano. Y los testigos siguen siendo el viento, los astros, las plantas, los árboles y los animales. Ellos permanecen y aguantan el embate del humano atrevimiento.

Después del diluvio nacerá otro tiempo. Un hombre nuevo. Y las hijas que fueron madres recibirán nuestro mensaje de las manos del viento.

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