viernes, 17 de julio de 2009

Muerte y la China

“Los Mossos d'Esquadra detuvieron en la tarde de ayer en Barcelona a un hombre de nacionalidad china acusado del brutal asesinato de tres compatriotas. Los cadáveres descuartizados de las víctimas —un hombre, una mujer y una niña— fueron descubiertos pasadas las cinco de la tarde en el interior de un local situado en el número 63 de la calle Hospital, en el populoso barrio del Raval, en la parte baja de la ciudad”.

Lees el papelito que ha quedado pegado entre las baldosas mojadas de tu patio encantado. Ese diario anticuado te recuerda la ausencia de Charlie, tu hombre enamorado. Ves la cara de la niña china en la fotografía y la reconoces, es ella, la señal que hasta entonces perseguías. Pero si la niña está muerta y la tienda china a la vuelta de la esquina ha clausurado sus puertas, ¿dónde vas a encontrar a tu marido ansiado?

Piensas y en la nebulosa adivinas que tal vez has de recorrer las salas de urgencias y unidades de intensivos cuidados. Allí tal vez se halle la respuesta.

Vas como una nueva Dalila en busca de tus perdidas tuercas. En pocas horas te presentas y ya estás frente a un servicial empleado que te explica que si no estás de urgencias, el acceso te está vedado. Has de estar medio muerta para que te abran la puerta.

Es una sala blanca, donde el aire está viciado y los enfermos esperan con ojos de ratón atrapado, las orejas como aristas deformadas y los brazos tendidos, endurecidos y pelados. Tal vez Charlie esté en algún rincón olvidado, esperando a que un suero lo devuelva a su vital estado. Enloqueces de angustia sólo con pensarlo. Si Charlie está en vida, juras que vas a encontrarlo. Entonces te cuelas, entre las camas, las heces, el pus de heridas abiertas y el hedor de rotas muelas, tras un pasillo infinito hallas una puerta que se te antoja distinta. La empujas. Con dolor en la boca y fuerza de loca de tu cuerpo infantil te desprendes. Descubres en la habitación dormida a una bella durmiente con vocación de marido. Es Charlie, finalmente, ahí está tu amor perdido. A los pies de su cama te sientes enana, diminuta en el pasaje de la muerte. Y prendida del amor y la muerte, de pronto te sorprendes. Ya la que eras está perdida y la de ahora es cien mil veces más fuerte.

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