sábado, 17 de octubre de 2009

Abuelas canguro: un hueso duro

"¿Mamá, me escuchas?, ¿estás ahí, me oyes?". Estás gritando al auricular mientras sostienes con una mano a tu bebé de teta y con la otra tu agenda repleta. Tu madre farfulla algo incomprensible del otro lado, de fondo se escucha una música empalagosa, con rintintín latinoamericano. Tu madre se explica susurrando "hija, ¿no ves que son las diez de la noche? Estoy al móvil con Romualdo... ya sabes, el encargado uruguayo, el que me encuentro en el gimnasio...". Estás a punto de preguntar qué hace hablando con Romualdo a esas horas de la noche, pero antes de formular la pregunta ya tienes la respuesta. Está en la punta de tu lengua. No la sueltas... te la tragas y a cambio dices muy resuelta "mamá, necesito tu ayuda. Es sólo esta vez. Me ha salido una entrevista de trabajo con una empresa muy buena y mi canguro está de berbena...". Tu madre resopla impaciente "venga, suelta. Pero date prisa... fecha y hora" espeta escueta. "Mañana a las 7 de la tarde, voy a hablar con el jefe al salir de la oficina", aseguras expectante. Tu madre hace un silencio extraño, incómodo de tan largo. "Imposible. A esa hora no puedo. Tengo clase de salsa". "Pero mamá..." atinas a decir con un tono lastimoso, a punto de llorar. Entonces tu madre baja la voz y te susurra en un hilo bien claro "lo siento mi amor, pero hace siglos que no echo un polbo y de mañana no paso".
Cuando cuelgas, estás deshecha. En un instante la odias por no ser la abuela canguro, y acto seguido, la envidias por tener a su morocho rendido. Del último revolcón con tu escuálido marido no tienes memoria, y por un orgasmo decente, lo reconoces mientras dejas caer tu agenda al suelo, tú también harías -o dejarías de hacer- miles de cosas.

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