domingo, 4 de enero de 2009

La boca

Apenas amanece sientes tu boca. Tiene un perfil extrañamente ajeno a tus sentidos. Balbucea palabras rotas, dichos de otra. Entonces te incorporas y, cuando estás casi erguida, sientes al niño colgado a tu eslora como un cachalote crío.
No puedes levantarte y mucho menos correr, como habrías pretendido. Vuelves a mover la boca buscando un sentido y de nuevo escupes algunos bramidos, gritos guturales y babas de loba. No es tu boca la que abres y tampoco eres tú la que bajó a la cueva. Ya no hay nadie razonando y fumando cajetillas de cerillas. No hay aspirinas, ni estantes.
Sólo el silencio de tu caverna enmohecida. Tú hijo que palpita y tú lamiendo enfiebrecida.

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