Te acabas de despertar y tu niño está prendido. Mama como una rata o un ratoncito, rozando con su palma tu pecho y haciéndote cosquillas con el pie derecho. Sientes una ternura indescriptible ensanchar tu corazón. Tironeado por elásticos el músculo te invade hasta convertirte en una plataforma ancha como una cancha. Ahí habitará tu hijo y desde ahí podrá lanzarse hacia el futuro, misterio de sucesos y azar del destino. “Veremos en qué se convierte este niño”, piensas mientras lo miras con ojos encendidos. Entonces en la cueva se oye un suave sonido, es un chorrito de agua que se cuela por una grieta y llena tu negra caverna como una pileta. Flotas sin problema porque sabes mover las piernas y tu hijo tampoco sufre porque bucea, nada y escupe, como un renacuajo de agua dulce. La cueva se llena de agua y refresca tus enaguas. Entonces Charlie regresa como una meta clara, una visión y una fiesta a la que estabas invitada. De pronto pedaleas, le das fuerte a las piernas y agarrada a tu hijo con decisión buceas, indagas el azul oscuro que va invadiendo la cueva, abres tus ojos a las profundidades azuladas de tu vieja morada.
Estás henchida, dorada y ligera llena de ti misma, convertida en madre tierra. En el fondo de la cueva empiezas a encontrar tesoros: estrellas anaranjadas y fluorescentes flores, caracolas nacaradas, cristales como lágrimas que de tus entrañas profundas cayeron en la gruta y ahora son tierra fecunda.
Sueltas tu cabello y mueves las aletas. Tu tetas estriadas brillan excitadas por esta nueva etapa y se dirigen a la luz, en la superficie donde el viento sopla y el sol destapa.
Ahí vas en bicicleta, pedaleando como un hada marina convertida en atleta.
Has reencontrado tu meta, amar ramas como una ilusa, y no es que estés confusa, una visión lúcida te lleva en volandas: es el amor alquimia más que quimera. Y tendrás un reinado abundante donde antes había rocas. Hacia él pedaleas llamando a Charlie, el chaval de las mariposas, el que revive a las mari-esposas después de muertas.
Estás henchida, dorada y ligera llena de ti misma, convertida en madre tierra. En el fondo de la cueva empiezas a encontrar tesoros: estrellas anaranjadas y fluorescentes flores, caracolas nacaradas, cristales como lágrimas que de tus entrañas profundas cayeron en la gruta y ahora son tierra fecunda.
Sueltas tu cabello y mueves las aletas. Tu tetas estriadas brillan excitadas por esta nueva etapa y se dirigen a la luz, en la superficie donde el viento sopla y el sol destapa.
Ahí vas en bicicleta, pedaleando como un hada marina convertida en atleta.
Has reencontrado tu meta, amar ramas como una ilusa, y no es que estés confusa, una visión lúcida te lleva en volandas: es el amor alquimia más que quimera. Y tendrás un reinado abundante donde antes había rocas. Hacia él pedaleas llamando a Charlie, el chaval de las mariposas, el que revive a las mari-esposas después de muertas.
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