martes, 19 de agosto de 2008

El caso perdido de Ricky Trancalarga

Al despertar abres los ojos, te frotas la cara intentando recordar quién eres y dónde estás, y entonces lo recuerdas: no importa quién seas ni si eres fea, baja o larga, lo que importa es que hoy llega Trancalarga.
A tu lado los restos de tu marido emiten un grave ronquido. Ayer noche te lo merendaste entero, enterito, incluidos los diez deditos. El muy ingenuo se roció con un elixir sexual para contrarrestar el efecto patata muerta que os tuvo a seco varias semanas. El resultado fue demoledor: lo diste vuelta de nalgas y lo dejaste rendido. Ahora son las 11, no escuchasteis la alarma. Te levantas, te cubres con la bata y acudes al encuentro con tu retoño. Ahí está, en la cuna, sonriendo entre babas. Pones en marcha el mecanismo a todo trapo: ropa de abrigo, pañales, bolsita y bolsazo. Lo levantas a tu marido a manotazos y lo metes en el coche de nuevo rumbo al cortijo, a conocer a Trancalarga.
El sujeto en cuestión le hace la corte a tu hermana. De visita una semana, dicen que tiene cuenta en Lausana y es buen bebedor, además de un gran tenedor. Sea como sea, ansías conocerlo y cuando aparcáis el coche ya están todos en derredor, sentados a la mesa larga. Tu padre sin camisa, tu madre peinada y tu hermana con sus gafas. Trancalarga preside la mesa. Levanta el tenedor y le da a la paella, comentando faenas y encantando a la nena. Tú estás a su lado y tu marido del otro lado, junto a tu hermana. La paella va y viene, entre todos os la cepilláis entera. Tu hijo prueba sus mofletes con un nuevo redoblete. Trancalarga lo toca, lo toma, lo mece y dice cientos de veces que es muy niñero, mirando a tu hermana y mojando el babero. Tu hermana lo ignora con elegancia y con pena le dice que le pasa la ensalada, aunque queda poca. Trancalarga mira a tu hermana dos veces y atrapando la ensalada, suelta entre dientes “me comía hasta tus migas”. Entonces tu padre le da una palmada en la espalda y Trancalarga escupe sobre tu falda algunas espinas. Tu hermana aborrecida tuerce una boca amarga, tu marido disimula cual salamandra y tu madre apura un vaso y se queda tan ancha. Tú respiras tranquila, te alegras de estar relajada y mientras tanto, Trancalarga cuenta boludeces. Que estuvo en Altamira y no le gustan las nueces, ni las piraguas, pero sí las barcas de agua y las redondeces. Curiosa indagas en qué anda, cómo está de mujeres. Él responde que tuvo varias pero nunca más de dos meses, ni tanto menos dos veces. Te preguntas qué le pasa y qué se le cuece que a las hembras escuece. Trancalarga es huérfano de teta y por esto adolece, su mamá con varicela lo dejo a dos velas y apenas recién nacido lo destinó al destete. Dice que se hizo fuerte y para superar la herida puso su blanca leche en Sevilla, en un banco de semen, para inseminar a quién lo desee estando él en mejor vida. Te quedas prendida de este sideral enigma, qué será de Trancalarga el que inseminó en el futuro a la mujer de sus sueños… y entre sueños te pierdes mientras meditas sobre tu niño dormido. Tiene en las orejas dos pequeños orificios, sobre la piel que tapa el oído, recuerdos de una vida de duende en la que anduvo metido. El pediatra las declaró reminiscencias… ¿y esencias de qué?, tú te preguntas. Mientras tanto, el postre está servido y Trancalarga se ha puesto verde.

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