lunes, 25 de agosto de 2008

Pudín de cumpleaños y otros horrores cotidianos

Estás rascando restos de leche con un estropajo de níquel última generación. Aún así, la leche se resiste, sigue prendida. Te quedan pocos minutos. Los invitados están al caer, son las siete menos cuarto y todavía estás sin duchar, con la bata puesta, el pelo enmarañado y la casa a medio barrer. Tu hijo berrea en su cuna, por encima de la televisión del vecino. Dejas llorar a tu bebé con el corazón en un puño y una intensa sensación de fracaso. ¡Te queda tanto por hacer! Pones el turbo y acabas de barrer, te duchas, te vistes de fiesta y distribuyes sobre la mesa picadas y refrescos. Finalmente, casi has terminado. Estás a punto de sacar el pudín del horno cuando toca el timbre tu primer invitado. Abres la puerta con tu bebé en los brazos y con alegría descubres al recién llegado: es tu prima hermana, la Vizca. Te entrega un paquete muy bien empaquetado, con cintas de colores y el precio pegado. “Es una tarta de Exquisitado”, dice mirándote de arriba abajo y deteniéndose un instante en tus zapatos. “Están desentonados”, dictamina, “el rojo no pega con el verde” y entra en tu casa a paso firme.
Tu prima recorre el pasillo hablando en voz alta “¿Y tu marido? ¿Dónde lo tienes? No me digas que está de nuevo en el gimnasio…”. No respondes ni tampoco asientes, tragas saliva. Charlie está en el chino, fue a comprar velitas para tu cumpleaños. Ayudas a tu prima a sacarse la chaqueta de piel artificial de Noé, su marca preferida. Ella te deja hacer, se sienta en el sofá y resopla aturdida, “No sabes el día que he tenido. Al jefe le ha dado un ataque de ansiedad y hemos tenido que sedarlo. La Nuri estaba histérica, dando saltos con los expedientes bajo el brazo y gritando todo el rato. Luego ha aparecido la mujer y quería hacerse cargo del despacho. Me he puesto firme y le he dicho que no. Ahora soy la segunda, fui la mano derecha del jefe durante años. ¡He pringado tanto!... si la palma soy la primera en asumir el liderazgo, ¿me das un vasito o algo?”. Entonces sí que asientes y le tiendes un vino blanco. “No gracias, me estoy desintoxicando", dice ella apartando el vaso con la mano, "¿No tienes Red Bull, Guaraná Tropical?… algo que me ponga las pilas, sabes, después de esto vuelvo al trabajo. Tengo que preparar un informe para los ingleses sobre Palo Alto, la fábrica del sur. Hemos recortado gastos y los empleados se han rebelado… ¡desgraciados!”. No sabes qué decir y de hecho no dices nada, sólo revuelves tus estantes en silencio mientras buscas un energizante con tu bebé colgado del brazo. Encuentras un complejo vitamínico caducado. Lo diluyes con agua gasificada de una marca francesa que compraste para fin de año. Tu prima lo huele, lo mira desconfiada y finalmente se lo traga.
Está sedienta.
Estás a punto de sentarte para abrir tu regalo cuando suena el timbre, llegan más invitados. En la puerta están Latif, Fátima y su cuñado, los vecinos de al lado. Latif te abraza emocionado y te entrega un regalo. “Es para el nene”, exclama excitado, “para que esté entrenado”. Pasan rápidamente al salón donde tu prima, que está olisqueando la estantería en busca de restos de polvo, levanta la ceja y pregunta con aire ofuscado: “¿Qué pasa? ¿Charlie no sabe pasar un trapo?”. Tampoco a esto le respondes, abres la caja de Latif y descubres un par de bambas de tamaño menos cero, para bebés que no andan, ni corren ni mucho menos compiten. “Son las de Ronaldo”, enfatiza él orgulloso. Mientras, Fátima ha esparcido sobre la mesa unos dulces africanos, hechos con miel y almendras. Tu prima los mira por encima del hombro y rechaza probar bocado. “Soy alérgica a los frutos secos”, explica. Ensayas un mantra apropiado pero no encuentras nada que rime con vizca. Tu Charlie tarda demasiado, te preguntas qué le habrá pasado. Sin embargo, ahí tienes a tu prima y a tus invitados. La conversación termina sin haber empezado, mientras los árabes comen sus migas y tu prima evalúa de nuevo tus zapatos.
Te sientes perdida.
Cuando crees que vas a sucumbir y a servirte un buen trago de alcohol blanco, suena el teléfono. Lo localizas después de un rato bajo el culo del cuñado. Es Charlie. No encuentra las velitas. El chino está cerrado. Te explica confusamente que encontraron al viejo muerto con un cuchillo en la frente y un papelito con ideogramas pegado al brazo. No sabes qué pensar y piensas que miente. Le dices a tu marido que vuelva urgentemente, al diablo con las velas, soplarás el aire caliente. Cuando cuelgas, tu prima revuelve afanosamente la nevera y te pregunta con tono triunfante:“¿Estás usando la faja? He visto el envoltorio en la basura…" Luego te la clava machaconamente: "No se nota. Se te ve fofa…”.
Entonces tampoco asientes. Tragas tu bilis amarga.
Suena el timbre y de nuevo corres a la puerta, donde esperan tu madre y tu otra prima, la Larga. La que no habla pero sabe mucho, de ciencias, de números, de bancos y de chuchos. Te han traído otra tarta, rellena de crema. Y un peluche con forma de chucho para el niño. Pasan al salón y están las tres, tu madre, la Vizca y la Larga comentando lo barato que han comprado en las rebajas, bragas, medias, calzones y rulos. También un abrigo largo como los de antaño, a 10 euros escasos. En medio del alboroto reparas en tus zapatos, es verdad que estás hecha un trapo. Tu bebé eructa entonces y vomita en medio de la mesa, entre los vasos. Se ponen todos como locos. Tu madre, la Vizca y la Larga vociferan “qué asco” levantando las bolsas y apartándose de un salto. Fátima traga despacio su pedazo de tarta, se seca los labios y luego afirma con calma “Verás cuando tenga un año. Te pasarás el día entre mierda…”. Luego sigue con su plato. Latif y el cuñado están en una esquina y poco a poco se van mudando, saludan entre dientes y te desean feliz cumpleaños. Cuando vuelves de la puerta el vomitado sigue en la mesa y tu retoño lloriquea en el parque. Ellas lo miran de lejos y comentan con desagrado. “Cómo llora el malcriado”, observa la Vizca. La Larga asiente y tu madre remata “se lo tengo dicho, demasiados brazos. La tiene esclavizada…” y se da media vuelta para pulirse el resto de tarta.
Estás sentada con la barbilla entre las manos, escuchando estas salvajadas, cuando tu niño regurgita. Lo limpias, lo meces, entre otras estupideces. Y cuando crees que estás a punto de estallar suena el vip del móvil. Es un mensaje de tu marido: “Retenido en comisaría por el asesinato del chino. Te llamo luego. Te amo”. Así descubres que hay más mensajes, de tus amigas del alma y de tu mejor amigo. Uno: “Late meeting in the office. Happy Birthday, darling. Call you soon. Larry”, otro: “Carlos me necesita para su tesis. Lo siento, cariño. Te llamo cuando vuelva de Bombay. Laura”, y otro: “Me salió una cita con el rubio. Te cuento el lunes… que lo disfrutes. Alba".
Sientes un mar de lágrimas agolparse en tu garganta.
Con los ojos nublados te levantas y empiezas a recoger la mesa, el vomitado y las bambas nuevas. Tu madre, tus primas y tu vecina se acaban de pulir las tartas y luego muy corteses se levantan, se abrigan recogiendo bolsas y mandangas. “Me tengo que ir, querida” se excusa tu madre muy sentida “son casi las nueve y ya sabes cómo es tu padre… me quiere para la cena ¡y le llevo unas exquisiteces!” te dice señalando una bolsa de Exquisitado. Tú asientes, sonríes y acompañas a tu familia y a tu vecina a la salida. Al cerrar la puerta te derrumbas. Apoyas la cabeza en la madera con lágrimas enormes y calientes quemando tus mejillas. Grandes lagrimones hirvientes que caen como un torrente mojando tus zapatos verdes. Entonces hueles el queso derretido y lo recuerdas. Es el pudín de yogur que explotó en el horno mientras tu hijo se quedaba dormido.
Ahora lo entiendes, el chino murió de atrevido y tú morirás de estupideces.

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