miércoles, 27 de agosto de 2008

Golondrinas y estantes

Cuando te despierta tu propio grito rebotando entre las cuatro paredes del dormitorio, te incorporas encendiendo la lamparilla azul que trajo Charlie de su primer viaje a Lanzarote con el grupo de estudio. Miras el reloj y te asombras de la oscuridad de la noche y del silencio en el que está sumido el piso. Su almohada está intacta y son pasadas las cuatro. Estás temblando con tu ridículo camisón bañado en sudor y tienes los brazos rígidos como palotes. Restos del sueño rebotan en tu mente, imágenes de alcantarilla. En tu pesadilla, una ginecóloga te baja las bragas de un manotazo y te tumba en una camilla de viejo camarote. No puedes verle la cara, sólo intuir el perfil de unas gafas de pasta rojo chillón y el cuello blanco de su bata. Sientes sus dedos largos adentrarse en tu vagina, duros como espátulas, y recorrer tu carne rosada hasta el borde del cérvix. Luego una explosión de color naranja, un dolor indescriptible, sordo y largo, que te retuerce hasta que explotas en gritos.
Corres al baño. Tus bragas no están manchadas, no hay aguas claras ni oscuras. Ya pasó, ya ha pasado, ya pasaste por eso. O así lo crees, no estás segura si estás despierta o dormida ni sabes qué es esto, en qué se ha convertido tu vida. Te lavas la cara y te miras al espejo. Eres varias, ya no tienes una cara sino una cortina de caras, como la de la ducha. Patito feo, patito azul, patito amarillo. Y un patito perdido. De vuelta a la cama vigilas desde el pasillo la respiración de tu niño que duerme como un angelito. Luego apartas las sábanas de un tirón, te tiras como un saco de patatas y te abrazas a la almohada vacía de tu marido.
Más tarde corres, corres, corres y vuelas entre la ducha y la casa de la abuela. Lo dejas a tu niño dormido con un beso en la frente y prometes volver para quererle. Tu madre lo toma con la legaña pegada y un gruñido a modo de saludo. “Vuelvo a las cuatro”, le aseguras y luego musitas “por favor, si llora no le prendas la tele”. De camino al trabajo en el autobús marcas el número de Charlie, que está desconectado, apagado, fundido. Nadie contesta y cuando llegas caminando frente al despacho te topas con tu jefe fumando su primer pitillo. Él pone una cara larga y mira su relojillo de hojalata, “otra vez, chata, a ver si educas a tu hijo…” dice escupiendo al aire su tufillo. Llegas a tu escritorio donde hay cientos de hojas, papeles, archivos y demandas atrasadas. Ordenas, limpias, compones montones de letras inútiles e indescifrables. Haces pilas de contratos, declaraciones, acuerdos y convenios de vieja data. Cuando estás juntando paquetes por fechas y clientes, buscas las grapas. Entonces lo recuerdas a Charlie y su ocurrencia de llamarlas garrapatas, a las grapas. Sonríes por un instante y luego el corazón se te tuerce, mordido por un interrogante: ¿dónde anda?, ¿qué pasó?, ¿por qué no volvió en toda la noche? Entonces buscas el teléfono de la comisaría y marcas los números fatales. Una voz mecánica que divaga te mantiene en línea con un hilo musical aniquilante. No aguantas más de tres minutos. Cuelgas y vuelves a llamar a Charlie, que no contesta. Cuelgas. Descuelgas. Cuelgas y descuelgas de nuevo hasta que percibes que tu compañera te está mirando por encima de las gafas. Piensa que estás loca, y tú también lo piensas. Entonces atrapas tu mochila térmica, te la cuelgas del brazo como si no pasara nada y te diriges al baño. Eliges la tercera puerta, la que está más lejos de la salida, es la menos concurrida. Ahí te sientes más protegida y puedes dedicarte tranquila a ordeñarte con el sacaleches.

- Pssssfff... Psssssfff... Pssssssfff…

El ruidito de la leche circulando por el circuito de plástico te adormece, estás exhausta y te quedas dormida. Han pasado unos diez minutos cuando oyes la voz del jefe gritando tu nombre y dando porrazos en la puerta. Pones voz de estar despierta y le dices que ya sales. Cuando lo encuentras frente a tu despacho está mirando la guía abierta y el número de la comisaría. “¿Qué te pasa, querida? ¿No sabes que esta tarde vienen los controles y tenemos que estar a punto?, luego te mira la blusa mal abrochada, “Dios santo, abróchese eso que parece una cualquiera… y cómo no se ponga las pilas le voy a tener que…”, entonces el vip de su móvil le interrumpe en medio de la frase. Pone cara de fastidio, empalidece un poco y reblandece el tono, “Sí, mami. Ya te dije que con la camisa azul tengo bastante. Sólo son dos días…”. Luego cuelga, te mira con desprecio y señala con su dedo amarillo de nicotina los estantes. “Los quiero para las dos”, dice cortante. Tú asientes sin inmutarte.

Te sientas. Respiras. Piensas en Charlie. Le llamas con todas fuerzas desde tu corazón palpitante. Vuelve, mi amor. Vuelve y que sea todo como antes. Después coges las garrapatas, los guantes de goma, el trapo deslizante y te diriges a los estantes. Llegarán las dos, las cuatro, las seis y cuando llegues a casa encontrarás a Charlie sentado en su silla pensando en las golondrinas canarias. Estás segura, lo presientes, lo sabes.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

TE ABRAZAS...te abrazas, te abraza y descansas...te abrazas y sientes tus costillas por detrás, y ves tu cuello y tus omóplatos y sonríes, y ya te ríes...y odias el sacaleches pero adoras la dulzura que chorrea y empapa tu camisa cuando por fin llegas a tu casa...y te abraza y le besas los pies y os dormís y amaneces a las seis de la tarde y ya nada importa...
y a veces deseas que charlie tenga una amante y otras te lo comerías tu solita...porque a veces estás tan cansada que te preguntas como vas a hacer para darles la teta a los dos, a tu bebé y a charlie que reclama y que te encuentra dormida otra vez...tu tan cansada....
te abrazas, y todo es más fácil de lo que parece y sabes que hay miles millones de tetas rebosando chorreando dulzura....
(sigue escribiendo faust, anda...)

Pruna dijo...

¡Esto si que es rapidez mental!
Rapidez mental y muuuucho talento, Faust.
Cuándo después de los meses pude hablar con el gine que me hizo "esa putada",(es más corto y explícito llamarlo de este modo, no?) le pregunté si me la había hecho. Me dijo que sí, y sonriendo orgulloso como si hubiese encontrado la Panacea me dijo: "Es clar, et vaig fer el que diem nosaltres "fer una xocolata"" ¿UNA XOCOLATA?. Yo me quedé a cuadros, te lo juro. No supe ni reaccionar. Este tío me ha llegado a decir cosas como que "aquel niño no lo sacaba ni Dios, pero es que ni Dios, y yo lo saqué", refiriéndose a otros partos. La verdad es que, por suerte, el día que nació mi hija él no estaba de guardia, y el gine que había me pareció bastante más sensato. Total llegó, cuando yo hacía 12 horas que estaba ingresada, y se encontró con todo el percal. En fin, siento extenderme tanto. Como que, después de tanto, es la primera vez que te dejo un comentario, que se note, no?
Un beso "genia"
Rakel

Faustina Hanglin dijo...

Pruna,
gracias por tus halagos!!! pues si yo soy la genia (ja, ja, me suena tan raro) ustedes son la lámpara. Si no fuera por vuestra presencia, y vuestras historias, yo estaría seca, en blanco, sin palabras.
El pelagatos que te hizo la maniobra de Hamilton y se cree divino es, como mínimo, un soplaculos, lamechupetes y un maleducado recalcitrante y abollado. Aj, qué más te digo... habría que denunciarle. A ver si entre fricciones ficticias y vuestros comentarios hacemos aquí un decálogo de prácticas aberrantes del nacimiento. Que ya sería algo...
te mando un abrazo y gracias por tu comentario, sigo cociendo boludeces hasta la vista!
faust