“¡Le está chupando el dedo del pie! Ha dejado la copa de whiskey y el puro y… te lo juro, ¡le está chupando el dedo del pie!”, grita tu marido desde la terraza sentado frente a un catalejo. Lleva puestas su vieja gorra de marinero y sus triunfantes chancletas estivas, aunque tiene el aire desprolijo de la falta de sueño. Lo observas por la ventana de la cocina y le escuchas por encima del ruido de platos, pero no le respondes con un grito para no despertar a tu bebé. Aunque de veras quisieras saber… y ella, ¿qué hace?, ¿le deja chupar el dedo tranquilamente?, ¿lo mira con cara de gata salvaje?, ¿se contorsiona cómo una serpiente?... El yate lleva amarrado una semana y cada mañana desayunan salmón, frutas exóticas y huevos de ave. Vosotros, mientras tanto, coméis pan de molde untado con crema de cacahuete. Luego la niñera viene a buscar a los niños y el machote se tumba en la proa a ojear finanzas, ella se mete en el jacuzzi y se masajea sus piernas largas. Mientras, tu marido busca ofertas de mobiliario en el patético diario local y tú rascas cacas resecas de Pirata, tu amado animal. Luego, los niños bucean, conducen la lancha en miniatura y aprenden a pescar. Mientras, tú barres la terraza con un brazo y con la pierna le das al balancín de tu niño, tu marido restaura un cojín contra el reuma porque ya se sabe, hay que prever el futuro. Ahora te llama la atención su silencio. Por lo general te va informando de lo que hacen mientras tú estás adentro, pero nada, no se oye nada. Después del dedo en la boca… ¿en qué habrán terminado? Miras por la ventana y tu marido se ha esfumado, ahí están sólo el catalejo suspendido y sus chancletas... ¿dónde se habrá metido? Dejas los platos, te secas las manos con un supertrapo multiusos recién inventado y te dispones a darle guerra. Seguro que el muy mamón se ha quedado dormido, estás cansada de decirle que el trabajo dignifica y que así no va a llegar a nada. Hay que estar activo. Al salir a la terraza te das cuenta de que ha desaparecido, no está tumbado en la hamaca ni se oye ningún ruido. Vuelves a tus platos. Y cuando estás enfundando tus manos gastadas en tus nuevos guantes Dedos de Nácar sientes un chasquido y un aliento agridulce en la espalda, olor a tabaco. Alguien te rodea la cintura con sus manos largas y te aprieta las nalgas. Es tu marido, el que carraspea unas palabras incomprensibles, extrañas. Algo así como dame más, sí, sí… dame así, el mantra de una star pornográfica. Te pones nerviosa y se te tensan los oídos. Duerme, sí, el bambino. Olisqueas su pecho de viejo marino y le muerdes la barbilla. Sueltas amarras. Nada importa la hierba del vecino cuando lo empujas hacia el pasillo y lo estampas contra la cesta de lavar la ropa. Así mismo hicisteis a tu niño. Sí, vaya... cómo se repiten las cosas.
martes, 22 de julio de 2008
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