martes, 15 de julio de 2008

La rueda

Has llegado. Levantas a tu bebé en brazos y sonríe gozoso, le encanta que hagas eso. El camión en el que os transportan coge un bache y pierdes el equilibrio, pero un hombre te sostiene por la cintura. Es tu hermano, aunque no le conozcas. Tiene una boca enorme, la piel resquebrajada e intensos ojos negros. Cuando te mira con esos ojos le recuerdas. Es el que perdió a su hijo la quinta noche, a su mujer se la llevaron desmayada los hombres blancos... Todavía puedes escuchar el ruido que hacían los cuerpos al deslizarse en el agua. Y cómo lloraban. Tú también lloraste, de miedo, de cansancio. Pensabas en tu mamá y en tu hermana, atrás, en la aldea. Apretabas tu amuleto contra el pecho. Después de los niños en el agua, nada. Silencio. Un hombre vomitando. Las estrellas, la noche. Y luego la mañana y más tarde, un barco. Gritos, llamadas, de pronto el corazón en la boca y sabes que has llegado.

(...)

Del otro lado de la pantalla una mujer blanca mece a su bebé en brazos. Mira el reloj. Las 11. Coge el mando con la mano libre y apaga el telediario. Noticias de África que rebotan en sus pupilas y se vuelven alpiste de olvido. Nada, vacío. Repasa mentalmente: colgar la ropa, hacer la cama. Levantar los mensajes del contestador. Comida a los bichos. Tocarle la mano a Albert, escuchar la versión del abogado. Despejar, mover las piernas. Depilarse, terminar de pintarse las uñas. De pronto oye un pitido, es el móvil. Mueve la mano libre y cambia de canal. Nada, vacío. Varias mujeres en una bacanal. Ronaldiño con su nueva novia en las discotecas de Ibiza. Los canales secos de Andalucía. Una almohada inflable para mover el culo mientras estás sentado. Continúa cambiando de canal, inmersa en una cadencia mecánica escucha voces y melodías lejanas. Frente a los flashes de la tele la mujer dormita con su niño. La rueda sigue.

¿Has imaginado alguna vez la maternidad en condiciones de lucha por la supervivencia? ¿Qué es ser madre cuando no se es libre? Aquí, fragmentos de vida al límite, madres agarradas a sus hijos contra las prisiones de la mente, el cuerpo y la desigualdad social.

1 comentario:

Atajou dijo...

Este invierno fui a ver Diamantes de Sangre con mi marido. Es un hecho aislado que saquemos tiempo para ir al cine y tener unas horas nuestras, sólo del uno para el otro, para hablar de lo que queramos. La excusa es la película. Frente a la cartelera la misma indecisión: él quiere ver de acción, yo quiero ver románticas. Al final elegimos esa pensando que era de investigación y misterio. La historia es brutal. Desde el comienzo de la película yo estaba agarrada a los brazos de la butaca sufriendo con los personajes de la pantalla. En los 5 primeros minutos unos guerrilleros destrozan un pueblo y matan a un montón de gente. Cuando volvía a casa no me podía quitar de la cabeza la suerte de saber que al llegar mi casa estaría bien, mi hija estaría bien, mi madre y la gente que quiero estarían bien. Con esta película me di cuenta de que no valoramos en muchas ocasiones la gran suerte de vivir como lo hacemos, de poder ser madres y padres, hermanos e hijos en estas circunstancias privilegiadas.