“¿Cómo te cambia la vida, eh?” La sarna de tu vecino te pica en los dientes cuando le ofreces tu mejor sonrisa forzada mientras limpias con un pañuelito arrugado las babas de tu vestido recién estrenado. El atardecer es precioso en el local al aire libre, abarrotado de veraneantes, al que habéis acudido esperando aparecer en la foto de los más. Los más guapos, famosos, trendys y deseados de la zona retozan tumbados en hamacas, entre cojines y cocktails coloreados. Tú caminas entre la gente a paso de tortuga, teniendo cuidado de no caerte entre las piedras, con una mano recoges tu falda y con la otra sostienes al retoño. A tu paso las mujeres sonríen, mueven la boca y hacen carantoñas. Algunos hombres abren y cierran la mano saludando a tu hijo. Te das cuenta de que nadie repara en tus zapatos último modelo, ni en tu cuello y tus hombros bronceados. Pasas desapercibida, como hembra has terminado. Te has convertido en la humilde portadora de un niño, el bebé es tu mayor reclamo. Más tarde, tu compañero se bebe un gin tonic y tú sorbes un insulso zumo de melocotón, con los pañales y el kit de cuidados debajo del brazo. Algunas chicas bailan al son de la música y contornean sus cuerpos dorados al sol, mientras tú buscas un lugarcito a la sombra para dar la teta. Pasa un adonis musculoso, una modelo rubia se sienta a su lado y empiezan a comerse los labios. Cada vez que te giras para mirar discretamente, tu bebé suelta un chorrete de leche por la comisura de los labios, manchando tu ropa interior y creando el nefasto efecto aureola. Estás hasta las manos. Querrías estar en la foto pero tus tiempos de ninfa se han esfumado, lo estás confirmando mientras metes con esfuerzo tu vientre abombado. Ya no estás para la publicidad del verano, todo ha cambiado. Sonríes a tu hombre, pero él babea embelesado por una morena de senos imponentes, perfectos, inhiestos. Tu pecho recoge una señal endocrina y suelta un chorro, animado, que recorre la garganta de tu niño, hasta ser eructado. ¡Hurra! Le estás amamantando, la lactancia es un éxito y te sientes afortunada por este ser recién llegado. Luego te ataca el hambre y decides meter el dedo en un pote de alioli, el pan está del otro lado y hacerse con él es complicado. Por un momento dudas, temes que puedan sorprenderte en un gesto tan poco agraciado. Rápidamente hundes tu índice en la crema sabrosa y te lo llevas a la boca, ansiosa por hincar bocado. Tragas la pastita y echas una mirada alrededor, para confirmar que nadie te ha visto. Efectivamente, nadie te mira, ni siquiera saben que has llegado. Entonces comprendes que hay varios tipos de mujeres, las rubias, las morenas, las tetonas, las petites y las ambigüas. Y del otro lado, junto a las madres, las abuelas y otras especies invisibles, aparece tu cuerpo recién trasformado.
lunes, 28 de julio de 2008
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2 comentarios:
Esa etapa dura un tiempo...cuesta reconocerte en eso en lo que te has convertido. Es duro sentir que te has vuelto invisible, sí: "sólo" la portadora de un bebé. Pero ese bebé crece, y tu vientre abombado vuelve a su sitio, y la energía de ese bebé que ha crecido te llena de una belleza nueva e inexplicable, y tu marido aparta los ojos de los pechos perfectos de esa morena para mirarte a tí con el amor más grande del mundo.
Cuando te he leído he sentido en cierto modo alivio: ¡otra mujer ha sentido lo que he sentido yo!
Hace ya muchos años de esto, pero recuerdo los pensamientos y que los sentimientos que nacían inmediatamente después eran de culpa. Por ser una mala madre... o eso pensaba yo de aquella. Ahora me veo y pienso: por ser humana, por ser mujer, por añorar los tiempos de las despreocupaciones, los tiempos de ninfa como los has llamado con tanto acierto.
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