Estás desnudo en medio del salón, tienes en tus brazos a tu bebé y por un instante te has perdido. Mientras tus neuronas despiertan del sueño en que andabas metido te miras al espejo, y de rebote, lo miras a tu recién nacido. Vaya, tiene cara simpática el monigote. Sonríe apenas y parpadea como un cupido. Lo miras atentamente intentando descubrir si tiene tus orejas, tu piel, tus bigotes leoninos. Sabes bien que es tuyo, de eso estás convencido. Conoces a tu gata y sus maullidos, ¡la concepción de este niño fue un hecho relamido! Luego, en el espejo, ves tu aparato decaído. Fláccidamente prendido, como un animal inerte, no parece tan importante ni tan imponente. Sabes que tu gata es más rápida, inteligente y resistente cada día, y te preguntas si te verá la gracia todavía. Claro, que antes del destete no va a dejarte porque necesita protección y comida. Pero, ¿después? ¿Se irá aullando hambre de hombre la mal nacida?... Aj. Mejor no pienses. Vuelve a tu retoño. Sonríes ahora con todos los dientes y él te mira fascinado, encantado, entusiasmado. Sí, definitivamente se te parece. Tiene tus ojos verdes y tus orejas tendidas. Está frunciendo la frente cuando de pronto abre las manitas, suelta un rugido temible y una cascada amarilla. Es él, tu cachorro, cara a cara no tienes salida y mientras limpias la leche cortada del espejo, te preguntas: ¿le quería?
¿Hombre, marido, padre? Son palabras que adquieren un nuevo sentido según el estado en que te halles. Cuéntanos lo que ves cuando te miras al espejo y las emociones, sentimientos e ideas que ocupan tus noches de desvelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario