Está recogida en El Sendero del Yoga de Osho, maestro espiritual original y atípico, que no atópico ni utópico, una historia sobre el odio filial y la hipocresía que suele moldear las relaciones entre padres e hijos.
La historia en concreto es de Khalil Gibran y cuenta que una noche, una madre y su hija se despertaron repentinamente a causa de un ruido. Ambas eran sonámbulas y cuando se escuchó el estruendo en la vecindad caminaban dormidas por el jardín. Turbadas por el ruido, se enfrentaron con furia aún sumidas en el sueño: “A causa de ti, perra, a causa de ti, perdí mi juventud. Me has destruido. Ahora todo el mundo que viene a casa te mira a ti. Ya nadie se fija en mí”, le gritaba la madre verde de envidia y de celos. La hija, por su parte, le respondía: “Eres un mal bicho. Por tu causa no puedo disfrutar de la vida. Eres un estorbo, un obstáculo que hallo en todas partes. No puedo amar, ni disfrutar…”.
Y de repente, a causa del ruido, ambas despertaron.
Y la madre dijo: “Hija mía, ¿qué estás haciendo aquí? Puedes resfriarte, entra en casa”. Y la hija respondió: “¿Y qué haces tú aquí afuera? No te has encontrado bien y la noche es fría. Ven madre, acuéstate”.
Despiertas, ambas volvían a colocarse sus máscaras hipócritas, ocultando sus pensamientos y sus sentimientos más profundos. Pero en los sueños, como en las expresiones artísticas, el subconsciente fluye revelando aquello que nuestro yo social y consciente reprime.
Esta historia me ha recordado una vez que, siendo yo una niña, escribí en mi diario personal las palabras “mami, te odio”. No recuerdo la causa precisa de tan brutal declaración, ya que mi memoria forajida logró escamotearla. La cuestión es que mi madre revisaba mis cosas, cuadernos, cajones y bolsillos, como suelen hacer impunemente algunas madres en busca de quién sabe qué costumbres perniciosas. Y así descubrió mi secreto y se armó una escena italianísima, en la que ella ofendida y dolida me reprochaba entre gritos “¿cómo has podido hacerme esto?”. Después de aquello se instaló entre nosotras un silencio distante, una mezcla de estupor y desconfianza. Luego, con el tiempo, olvidamos lo ocurrido y se guardó en un cajón.
Y así, en una infinitud de cajones, bolsitas, cartas, sobres y cajitas, madres e hijas van acumulando su rencor, sus nimiedades, sus miserias y frustraciones, su despecho, su rivalidad intensa y ese odio inenarrable, esas ganas de librarse de la otra, para poder ser una, la única, la bella, la reina en un dominio total de la energía circundante.
Como sea, después de todo aprendemos a rezar, a repetir cuánto amamos y veneramos a nuestras madres. Cuan ejemplares fueron, cuan abnegadas, generosas, cariñosas y admirables. Y relegamos a la caja negra del olvido las críticas mordaces, los desatinos, los olvidos y las carencias, las cuerdas opresivas, las miradas inquisidoras y los esparadrapos con que cubrían nuestras heridas censurables.
Me pregunto qué pasaría si abriésemos la caja de Pandora con los males de la madre… ¿nos libraríamos finalmente de sus sombras?, ¿podríamos convertirnos, de una vez, en niñas, mujeres y madres auténticas, sin necesidad de decir Osho mil veces te amo?.
Fotografías de F.H. sobre "La penseuse", de Yssy Boyadjiev.
7 comentarios:
Estimada Faustina:
Gracias por tu blog.
Comparto con Ustedes el siguiente link acerca de la visión de Osho:
http://osho-maestro.blogspot.com/
Afectuosamente,
Gonzalo
Creo que no hay nada blanco ni negro. A mi madre la quiero y me agobia a partes iguales. Ella, por ayudarme, mil cosas hace. La mitad de ellas me enfurecen porque siento que no crezco con ella, que no me deja.. De la otra mitad, la mayor parte de las veces, ni me doy cuenta.
Y con mis descuidos ella va haciendo una pena honda, porque en esta historia su postura siempre ha sido "yo mal para que tu bien".Y esa postura acaba siempre, tarde o temprano, en un "yo mal y tú también". Mil veces he intentado explicarle que lo ideal es "yo bien y tú también (pero tienes que espabilar tú para conseguirlo)", pero creo que en sus neuronas grabaron a sangre y fuego lo de la madre abnegada, lo del sacrificio constante y no hay forma de borrarlo. Con todo, yo sé que lo intenta.
Un día, si sale al caso, te contaré cómo y por qué le metí su chaquetón de piel en la lavadora.
No sé si abrir la caja de Pandora nos haría más libres o sería aún peor. Yo he intentado abrir la mia, una vez. No me gustó.
Increíbles las fotos: es ella y estás tú.
Atajou,
el día que me cuentes lo del abrigo de piel en la lavadora, te cuento cuando la tiré vestida a la piscina. Otra vez intenté matarla con una cuchara de palo mientras ella me rociaba con agua font bella. Admito, además, que yo también he espiado en sus cajones y conozco algunos de sus secretos. Creo que lo más increíble de todo esto, es cómo esta lucha intestina nos devolvía a las dos un poco más solas y más doloridas. En cambio, con el tiempo, creo que he convertido la caja de pandora en un paquete de kleenex reversible, y mientras le limpio los ojos y le saco costras, la ayundo sonarso los mocos.
Un amor patético e irreversible... ternura, gusanos y moscas!!!!
te espero,
Jajajaja.
Estaría de video la lucha de la cuchara de palo.
Se trata de la historia manida de la hija intentando independizarse de su madre... con escaso éxito.
Mi madre es mi vecina. Las dos casas están comunicadas por la terraza. Creo que mi madre no concibe que haya otra forma de entrar en mi casa que no sea la puerta de mi cocina, que es por donde entra ella al grito de "hola, ¿hay alguien?". Y una vez dentro: ancha es Castilla. Pone la lavadora, decide lo que vamos a comer, hace la cama, cierra la ventana o la abre, sube o baja la persiana, según la dé, aprovechando que no estamos... o incluso con nosotros dentro, "para ayudarnos".
Un día, harta ya porque era el 4º jersey que me encogía a base de meterlo en la lavadora sin orden ni concierto, me enfadé, me fui a su casa (abrí con la copia de la llave que tengo de su puerta) y le metí el chaquetón de zorro (regalo de mi padre) en la lavadora. Por fortuna mi locura momentánea no fue tal como para ponerla en marcha.
Esa noche no pasó a vernos y al día siguiente tampoco. Luego, cuando por fin pasó lo hizo triste y dolorida, supongo que esperando mis disculpas -que yo no estaba dispuesta a dispensarle-. No se hizo ni un sólo comentario acerca de lo que había pasado (al menos no conmigo, supongo que sus amigas la oirían hasta hartarse).... pero siguió poniendo mi lavadora en cuanto se le pasó el berrinche.
Sólo consegui que dejara de hacerlo cuando un día furiosa entré en su casa y le dije: "Me rindo. Pon la lavadora, haz la comida, abre la ventana, cierra la puerta, haz lo que quieras. Eso sí, por favor no me estropees los jerseys que estoy harta de regalárselos a mi cuñada la flaca después del primer estreno. Mientras tú haces y deshaces en mi vida, me marcho a la psicóloga a ver si consigo superar tu ayuda".
Dejé que el cubo de la ropa sucia desbordara, que la pila se llenara de cacharros, que las sábanas durmieran arrebujadas contra la almohada. Ni mi marido ni mi madre hicieron nada esa semana. Yo tampoco. Ahora hemos llegado a una especie de trato no verbal. Si quiere poner una lavadora, me pide permiso. Y a mí me vale, es un principio.
:D:D:D
Ja ja ja ja, Atajou qué buena la historia de la lavadora... intrigante la figura de tu madre, no? Qué les pasa a las madres cuando viven a través de sus hijos? es como si cada vez que ponen una lavadora, limpian un retrete o hacen una tarta para el nene estuvieran tirando al garete sus vidas de mujeres, sus sueños de palomas... eternamente pegadas a la escena invasiva de la maternalamadecasa, en un repetitivo y enloquecedor rewind hasta que algún desquiciado compasivo le da al eject!
vale, un día de estos te cuento lo de la cuchara. Prometo... ahora me voy a hacer la cama...
¿Qué les pasa a las madres que viven a través de sus hijos? No sé.
La paradoja es que mi madre, viuda desde hace más de 12 años se va todos los años a conocer mundo. Este verano tocó Turquía, el año pasado Croacia, el anterior Méjico.
Mi madre es en muchos aspectos muy independiente y moderna, muy de vivir a su aire, pero tiene una debilidad por nosotras. ¿Qué madre no la tiene? Lo malo es que esa debilidad suya a mí me va a llevar al loquero.
Te diré que alguna vez me ha pasado de estar desayunando y decir: esta tarde voy a hacer una tortilla de patata, que hace tiempo que no la hago. Y a la hora viene mi madre con la tortilla recién hecha en un plato quitándome a mí las ganas, la sonrisa y el encanto de pasarme un rato pelando patatas y cantando canciones folklóricas con el cuchillo en la mano....
¡Cosas de madres!
Os sonará extraño pero esta relación de amor/odio, yo la tuve siempre con mi padre. Era él quien me controlaba y por otra parte, era también él quien me comprendía y me consolaba. Me he hecho "mayor" y me voy pareciendo cada vez más a mi progenitor. Si me lo hubieran contado con 15 años, se me hibieran puesto los pelos de punta.
Por otra parte, al ser madre, admiro cada vez más a mi madre, la quiero, me enternece. Sé que todo lo que siento por mi bebé, todo lo que hago por él, lo hizo ella por mi. Sólo tengo un reproche. A veces, en vez de llamarlo Arnau (a mi bebé), mi madre le llama Juan (que es el nombre de mi hermano) y de golpe chocamos violentamente porque ella ha hecho un salto en el tiempo y se ha trasladado 35 años atrás. Mi bebé ya no es mi bebé, sinó el suyo.
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